Un paro que será inmoral e indecente

El paro que el sindicato de profesores de Secundaria quiere hacer en mayo es, para decirlo en forma clara y llana, inmoral e indecente. Dar vueltas para encontrar una manera elegante de evitar llamar a los cosas por su nombre, es perder el tiempo.
A su plataforma habitual de reclamos salariales, los profesores sindicalizados añadieron otro punto para la convocatoria a este paro de 24 horas que se realizaría a fines de mayo: el rechazo a los liceos gratuitos de gestión privada como el Jubilar, el Providencia y el Impulso así como también el que está siendo proyectado por el sindicalista de la bebida Richard Read.

Es por haber incluido dicho tema en la plataforma presentada para convocar a ese paro, que me animo a calificarlo de inmoral e indecente. Francamente no encuentro otro calificativo.

Esos liceos, así como otras instituciones educativas privadas y mayormente religiosas (aunque también las hay laicas), están haciendo un extraordinario esfuerzo por promover la educación en zonas muy marginadas de Montevideo. Ello implica un notable esfuerzo de promoción social. Un esfuerzo como hace mucho tiempo no se veía en el país, capaz de generar una importante adhesión popular y contar con aportes hechos por gente común y también por empresas que apostaron a estas iniciativas.

El trabajo y la dedicación que estos proyectos exigen así como los resultados que empiezan a verse, hacen que sea imposible imaginar que alguien en su sano juicio pueda oponerse a ellos de forma tan tajante y absoluta. El camino iniciado necesariamente tendrá efecto no solo sobre los cientos de estudiantes que concurren a esos centros, sino sobre sus familias, sobre el vecindario y toda la zona donde operan.

Sin embargo, pese a toda lógica, hay quienes se oponen a dichas iniciativas al punto de convertir esa oposición en una de sus banderas sindicales. Cuestionan el carácter selectivo de los mencionados liceos y se oponen a quienes dentro del gobierno quieren privatizar la enseñanza.

Para empezar, estos liceos no son del Estado, no son públicos, siempre fueron privados desde su origen mismo. Son gratuitos, sí, pero financiados con los aportes voluntarios de mucha gente. No forman parte del presupuesto estatal. Por lo tanto, no puede hablarse de la privatización de algo que nunca fue público. Dos de ellos son religiosos, el otro es laico como también lo será el que pretende crear el sindicato de la bebida.

Estos liceos deben instrumentar mecanismos selectivos de ingreso. No tienen otra alternativa porque su acotado espacio y presupuesto les impone un cupo. Por cierto, la selección realizada no es por capacidad intelectual ni por nivel económico de los alumnos. Todos deben pertenecer a esa vasta barriada que es pobre en toda su extensión. Solo se pide un compromiso de los padres o de quienes atienden a estos jóvenes, para que el esfuerzo a hacer sea sostenido y se mantenga en el tiempo. La selección final, en todo los casos, termina siendo por sorteo.

La razón por la cual se selecciona es evidente en sí misma. Se cuenta con tanto dinero, se trabaja con tantos alumnos. No hay presupuesto para hacer más y no está previsto que el Estado lo otorgue. Si los sindicatos se niegan a ver esta realidad es porque o bien son necios y no tienen luces suficientes para entender algo tan obvio, o porque deliberadamente están empeñados en boicotear estos proyectos.

Hay quienes creen que tanta cerrazón responde a una concepción demasiado ideologizada de la realidad, que obnubila a los dirigentes sindicales y les impide ver las cosas como son. Tal argumento no es válido; esta gente no merece una coartada que los disculpe. Estamos hablando de profesores de Secundaria, con un buen nivel de formación y una capacidad más o menos amplia para entender la realidad. Si les resulta tan difícil captar el significado de estas propuestas es porque eligieron hacerlo. No están condicionados por una maraña de sinrazones ideológicas que les oscurece el pensamiento. Lo hacen a propósito.

Y si eligieron hacerlo con deliberada puntería, deben asumir las consecuencias de una actitud que, como dije al principio, es inmoral e indecente.

Buscan torpedear no tanto a los que se volcaron a estos esfuerzos educativos, sino a quienes se benefician de ellos. Es decir, a cientos y cientos de jóvenes que año a año encuentran allí la posibilidad de acceder a una educación de calidad, exigente, que les permita salir un día de esa situación de pobreza marginada y sin esperanza.

Sobre esto último puso énfasis el flamante cardenal Daniel Sturla en un discurso que pronunció la semana pasada en la ceremonia inaugural del año lectivo en la Universidad Católica. Habló de una esperanza en la medida de lo posible y de lo humano, que a duras penas llega al final del día y que comienza de vuelta desde la nada al amanecer siguiente. Sería un tipo de esperanza, por llamarlo de algún modo, muy realista que se reparte en cuentagotas por la simple razón de que esa es la medida disponible.

El proceso iniciado por estos liceos no es masivo. Se necesitaría un esfuerzo sobrehumano y recursos infinitos para que así sea. Pero es amplio, juega abierto y promete contaminar, en un sentido positivo, toda el área donde trabaja. Ofrece esperanza.

Los sindicalistas en cambio, apuestan a la nada. Entre un esfuerzo firme (aunque limitado) y la nada, ellos prefieren la nada. Les rechina que otra gente por fuera del Estado, pero legítima integrante de esta sociedad, proponga cosas, invierta dinero y apueste a proyectos sociales de enorme importancia. Se creen dueños de una solidaridad que, así entendida, deja de serla.

Es cruel lo que están sugiriendo. Es como desear que el que nace pobre lo siga siendo para el resto de su vida. Que las posibilidades, las ventajas, el acceso a cierta calidad de vida normal para buena parte de la población no exista para quienes viven en estas condiciones. Es negarle a estos jóvenes los instrumentos para salir de su situación, para vivir ellos y su entorno en mejores condiciones que lo que les ha tocado hasta ahora.

Reitero, es un reflejo cruel y egoísta, imposible de defender y justificar.

Lo natural sería asumir las ventajas que estos proyectos ofrecen, adaptar de ellos todo lo que sea adaptable para que el propio Estado ofrezca sus alternativas. Para ello, claro, hay que correr unas cuantas telarañas que paralizan a los organismos estatales de la enseñanza. Hay que liberarse para tomar decisiones que salgan de los moldes preestablecidos. Y no hay más remedio que hacerlo.

Por lo tanto, habrá que prestarle oídos sordos a quienes desde su indecente necedad, prefieren que todo desaparezca y nada se construya.

Por Tomás Linn

AÑO 2015 Nº 1812 – MONTEVIDEO, 23 AL 29 DE ABRIL, SEMANARIO BÚSQUEDA.

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