Un gobierno al que le cuesta arrancar

Publicado en: Análisis, Uruguay 0

Hay lentitud parlamentaria, las discrepancias internas son fuertes, se agudizan los reproches ante el legado que recibe el gobierno y alarman los pronósticos económicos para el mediano plazo. En este contexto, se observa a un gobierno que arrancó lento y con escasa agilidad.

A tres meses de asumido el gobierno de Tabaré Vázquez, esa lentitud es llamativa. Lo normal en cualquier democracia es usar los primeros 100 días para plantear las leyes claves que le darán una impronta a ese gobierno para el resto del período. Importa hacerlo en ese tiempo porque al haber asumido recién, cuenta con todo el crédito. Hay expectativa, aún no es el momento de pasar facturas y el entusiasmo que llevó al electorado a elegir a ese gobierno está fresco y es un buen motor para arrancar.

Luego vendrán las desavenencias, las frustraciones y los errores.

Sin embargo, en este caso y desde el comienzo se ve una modosidad preocupante y también una irritada actitud de estar a la defensiva. No es fácil iniciar la tarea después de cinco años como los de José Mujica. Su popularidad, su estilo personal, su diaria e ineludible presencia, su modo de filosofar y de impartir opiniones fue tan avasalladora que es difícil acostumbrarse a un

Vázquez más reposado y de perfil bajo. Es el mismo Vázquez de la primera Presidencia; de eso no hay duda. Pero no es el mismo Uruguay.

El presidente toma la posta después de cinco años de desbordado protagonismo por parte de su antecesor y encuentra que además del «estilo» hay también una «gestión» de Mujica que marcó al país. Eso traba al equipo de Vázquez, en la medida que el gobierno previo y el actual son ambos del Frente Amplio y por lo tanto se supone que trabajaron en continuidad. Sin embargo, no ha sido tan así y al equipo de Vázquez le cuesta decir (aunque lo está haciendo) que la herencia recibida es mala.

La inmensa popularidad de Mujica y el cariño que le demuestran sus seguidores inhiben al Frente Amplio a reconocer algo que para el resto del país es obvio: en cinco años Mujica no hizo nada. Su gestión fue inoperante y si ello no fue motivo de debate en su momento era porque el país, cual hábil surfista, se dejaba llevar por la cresta de una inmensa y generosa ola de bonanza.

Pero lo cierto es que más allá de su popularidad, su labia y su imagen internacional, no fue el de Mujica un gobierno efectivo.

De ello se están dando cuenta ahora los nuevos ministros de Vázquez. No se dieron cuenta, o no lo dijeron públicamente (que a los efectos es lo mismo), cuando algunos eran parte del gobierno anterior. Tampoco lo dijeron durante la campaña electoral. Al contrario, parecía que gobernar sería una tarea fácil por cuanto arrancaban desde un techo alto de logros.

O bien el 1º de marzo descubrieron que eso no era así o lo callaron durante toda la campaña electoral para poder ganar. Como sea, ahora enfrentan esta difícil encrucijada que los está paralizando.

Suele mencionarse a las grandes tres leyes «socio-morales» aprobadas en el período anterior (la despenalización del aborto, el matrimonio gay y la regulación del consumo de marihuana) como una gran modernización. Más allá de que en algunos de estos temas, no en todos, hay argumentos sólidos a favor y en contra, y que ello divide aguas todavía hoy, es innegable que esas leyes marcaron una inflexión en el país. Pero ellas no ayudarán a que Uruguay sea más productivo, con mejor calidad de vida, capaz de generar una riqueza que se distribuya bien, con empleo pleno y bien remunerado. Para lograr eso se debieron tomar otras medidas, tan audaces como las tres mencionadas, para poner al país por encima de los caprichosos vaivenes de nuestros vecinos.

Si bien el famoso discurso de Mujica en la Cumbre de Río deslumbró al mundo y fue tomado como un modelo para los males que afectan a las actuales sociedades, no significó un aporte concreto y eficiente para transformar al país en uno más moderno, más rico y mejor distribuido.

Con horror, el nuevo gobierno descubre que debe tomar rápidas medidas para cubrir esos vacíos y prepararse para el vendaval que se viene.

O bien no sabe cómo hacerlo o bien lo sabe, pero teme enfrentarse con una muralla de oposición, no en los otros partidos sino dentro del propio Frente Amplio. El resultado electoral de octubre y noviembre le dio la victoria a Tabaré Vázquez, pero con un paquete extra de problemas. Algunos son los ya mencionados, referidos a la herencia. Los demás tienen que ver con una interna difícil que quizás se vuelva paralizante en un futuro cercano.

La compleja interna frentista es un mal endémico. Está en su naturaleza que ella complique pero no rompa a la coalición de izquierdas, al menos por ahora. Pero en esta oportunidad el problema se plantea como realmente amenazante.

Fue más fácil para Vázquez laudar a favor de unos y otros en su primer gobierno. La bonanza estaba en auge y al debutar el Frente Amplio en los menesteres del gobierno, había que evitar tensiones que llegaran al límite del desastre.

El problema es que, acostumbrados ya a gobernar, ahora cada grupo reclama su cuota de poder al costo que sea. La presencia de una bancada importante del MPP frente a un gabinete diseñado a imagen y semejanza del presidente, anuncia problemas. El MPP está dispuesto a marcar su impronta ideológica (pese a que la eventualidad de problemas económicos aconsejan más pragmatismo) y pretende ejercer su rol de «comisario», de vigilante de la pureza doctrinaria, de juez moralista ante todo lo que haga el presidente y cada uno de sus ministros.

Eso podría explicar el enojo del equipo gobernante por el legado recibido. Quizás pretenda arrinconar y debilitar la fuerza de su adversario interno, a quien seguramente teme más que a los partidos opositores. Esta situación, llevada hasta sus últimas consecuencias, en cualquier otro país terminaría en una ruptura. Hasta el momento, el Frente Amplio ha demostrado que lo que es lógico en el resto del mundo, no funciona para Uruguay.

Todo esto ocurre porque, entre otras razones, Vázquez asume el tercer gobierno consecutivo del Frente Amplio. Hubo pues desgaste, siempre lo hay, y por eso tanto se habla de la saludable alternancia de partidos en el gobierno. El ejercicio continuado por más de 10 años seguidos de gobierno ha hecho que una coalición compleja y diversa como el Frente Amplio haya estado tomando decisiones fuertes capaces de tensionar su interna a límites extremos, sin darse un respiro para evaluar esa experiencia, algo que suele ocurrir cuando se vuelve al llano. Desde ahí se hace el balance, se restañan heridas y, realizados los ajustes, se prepara para volver al gobierno.

El soberano resolvió prorrogarles el crédito por otros cinco años. Y como todo soberano, sus razones tuvo. Le toca entonces al presidente, en su rol de líder y de ejecutor, afrontar los duros desafíos que la situación regional, nacional e interna le imponen, y demostrar que la confianza depositada fue merecida.

Por Tomás Linn

AÑO 2015 Nº 1819 – MONTEVIDEO, 11 AL 17 DE JUNIO. SEMANARIO BÚSQUEDA

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