Se aceleran los tiempos del proceso electoral argentino

El 9 de agosto, en dos semanas, se celebrarán las elecciones primarias abiertas simultáneas y obligatorias (PASO) que deberán convalidar las fórmulas que compitan en los comicios presidenciales argentinos del 25 de octubre. Esta macroencuesta a escala real no sólo simplificará el tablero político después de dejar a numerosos candidatos en la cuneta, sino también señalará claramente a los mejor situados y con posibilidades concretas de imponerse en la contienda.

La campaña preelectoral ha sido larga y desde 2014 se especulaba con los posibles protagonistas y sus posibilidades de triunfo. Con el tiempo la coyuntura se ha ido clarificando, un proceso acentuado a partir del declive de algunos actores protagónicos. De cuatro fuerzas políticas originalmente en liza pasamos a tres. A día de hoy, con un Sergio Massa mermado, todo indica que el enfrentamiento final opondrá al candidato peronista Daniel Scioli con el candidato de centro derecha Mauricio Macri. El gobernador de la provincia de Buenos Aires contra el alcalde de la ciudad de Buenos Aires, si bien no se puede excluir a priori un escenario diferente a partir de una posible aunque difícil recuperación de Massa.

Mientras este juego de descartes tenía lugar, muchos se preguntaban si Argentina puede tener un presidente no peronista. Desde fuera del país resulta complicado pensar en una alternativa diferente, especialmente si se tiene en cuenta que desde el regreso de la democracia, tras el desastre de Malvinas, la cancha estuvo prácticamente inclinada en un solo sentido. Y ese sesgo se marcó mucho más con Menem. Desde 1989 el radicalismo sólo gobernó dos de los 27 años posibles.

En este momento hay margen para una experiencia diferente, aunque las cosas no están claras. Las encuestas no son concluyentes. Algunas tampoco son fiables, algo poco sorprendente en un país que desde hace nueve años altera sistemáticamente sus estadísticas oficiales. Para muchos, la presidencia se resolverá en una ecuación donde continuidad y cambio son las dos principales variables. Al no ser un juego de suma cero, el resultado dependerá de cómo se combinen y de su presencia en la sociedad argentina. A más cambio más probabilidades para Macri, a más continuidad mayores opciones para Scioli.

Pero, si cada contendiente se dirigiera únicamente a sus fieles corre el riesgo de no ganar los votos necesarios del otro bando y en este delicado equilibro está la clave de la elección. Scioli se mueve entre su mensaje de moderación dirigido a los sectores medias y el discurso más radicalizado, viaje a Cuba incluido, para el kirchnerismo más duro. Macri tiene que atraer a los sectores populares de la provincia de Buenos Aires sin perder a los opositores más furibundos de Cristina Fernández. En este juego la economía tiene un lugar destacado, si bien para los opositores es más fácil resaltar los problemas actuales, que han alcanzado con la última escalada del dólar una cota de preocupación que de mantenerse podría ser alarmante.

El conservadurismo electoral de los subsidios es un arma muy poderosa. Los recientes comicios provinciales y las elecciones en otros países de la región han demostrado que los oficialismos están mejor situados que las oposiciones para ganar elecciones, aunque esto no es una norma de aplicación mecánica. De ahí la importancia de las PASO, que permitirán calibrar la fuerza de cada uno y reorientar el voto útil. Eso no obsta para que entre agosto y octubre cambien mucho las cosas en función de los aciertos y errores, propios y ajenos.

Para complicar esta visión decir que ni el oficialismo ni la oposición son fuerzas homogéneas. Las contradicciones los cruzan por todos lados. En el oficialismo hay una pugna feroz entre kirchnerismo y peronismo tradicional, especialmente en algunos distritos. En Buenos Aires, dos kirchneristas luchan abiertamente por la candidatura a gobernador provincial. La gran duda es cuánto de continuidad y cuánto de cambio podrá imponer Scioli si es elegido presidente. ¿Cuánto éxito tendrán los intentos de la presidente Fernández y de su entorno por condicionarlo? ¿O, por el contrario, una vez en el poder hará tabla rasa con el pasado o, al menos, se sacudirá su influencia en dosis importantes? Con ese propósito, el candidato Scioli busca urdir una importante liga de gobernadores fieles a su liderazgo y no a recuerdos de lo que en 2016 será puro pasado.

La coalición opositora, Cambiemos, tampoco es un jardín bucólico. La alianza de Macri con radicales y otras fuerzas de centro y centro izquierda no es sencilla. La fuerza del radicalismo en las provincias es necesaria fuera de la ciudad de Buenos Aires, con baja implantación del PRO. Sus contradicciones incluyen las pulsiones de muchos macristas de concurrir a los comicios manteniendo la pureza original o manchándose las manos en candidaturas que incorporen a los sectores más variados junto a una agenda que incluya los intereses populares. Al mismo tiempo, algunos creen que la lealtad no es un valor a considerar. Así, por ejemplo, se puede apoyar a un candidato de Cambiemos para las PASO, pero si no se gana siempre es posible respaldar a otro distinto de Macri.

Estas elecciones no se decidirán sólo por la capacidad de atracción de Macri y Scioli, sino también por el rechazo que generan en el electorado. Para muchos votantes es necesario que el período K llegue a su fin, pero para otros es totalmente impresentable contar con un presidente de “derechas”. Este hecho condicionará el trasvase de votos en la segunda vuelta y las posibilidades de triunfo de cada uno.

Si bien en cada bando hay optimistas desbordados que consideran alcanzable un triunfo en octubre, la mayoría cree necesaria una segunda vuelta, que se dirimiría en un final apretado. De momento las incertidumbres superan a las certezas y lo más sensato es decir que todo es posible. Más cuando la mayoría de las encuestas, no todas, son incapaces de medir los movimientos de fondo de la sociedad argentina.

Por CARLOS MALAMUD

Infolatam, Madrid, 26 julio 2015

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