1 Si algún fiscal, cualquier ciudadano común pero inquieto por la vida política, dirigente o de la oposición o periodista pudo haber dormido de un tirón estos días que levante la mano. Yo descansé con el sueño entrecortado. No por miedo sino por desazón, por amargura, por impotencia. La de tomar conciencia definitivamente que los que observamos la sucesión de los hechos comprobamos la negación de la realidad de los que tienen el poder y por otra que en la Argentina puede ocurrir cualquier cosa. Sí, cualquier cosa. Esta inseguridad, esta falta de previsibilidad , si no tiene explicaciones, si no tiene respuestas, o conduce a una angustia colectiva o favorece un futuro más negro de lo que creemos. O las dos cosas juntas.
2 Para muchos que no querían reconocerlo vivimos en un país mafioso. Así lo consideró, con esta calificación, el colega Carlos Gabetta en su libro del año pasado. Y no exageró, dio ejemplos, se comprometió. Pero ¿Qué es un país mafioso? Al margen de las explicaciones históricas sobre cada caso en particular, es el reino de la omertá, del silencio, de las faltas de explicaciones, donde se silencian los asesinatos, las desapariciones, el robo de documentos clave en investigaciones decisivas, un universo cerrado donde sólo conviven los que están con la mafia y son maldecidos los que están en contra. No es tecnología italiana, como algunos suponen. Es un modo de actuar universal. No es posible que se hayan posibilitado actos de corrupción voluminosos -incluso con un poco de sangre en el medio-sin que una mafia protectora los santificara. No es posible que se vulnere en la Argentina un régimen jurídico sin complicidades, o justificaciones absurdas o sin el respaldo y férrea aprobación de los que tienen el máximo poder.
La mafia no sólo está en Sicilia, o en Nápoles, o Marsella , en París o en Londres. Está en gran parte de América Latina. Grandes movimientos populares que tomaron el poder en Venezuela o en Brasil, o en España, o en Italia por ejemplo han apañado y siguen apañando acciones delictivas, exacciones de las arcas públicas en nombre de bolsillos personales o de la hipócrita militancia. Está también en el mundo de las relaciones comerciales entre países, en los intercambios entre grandes conglomerados empresarios. Mafia es también una conducta y es hasta un régimen de gobierno. Rusia, la ex-URSS lo demuestra con la unión empresarial de ex.jefes de la KGB con ex-gerentes de la militancia comunista que al caer el sistema se apropiaron de compañías de rendimiento multimillonario. Rotas las reglas de la convivencia y la normalidad un país deja de ser país para convertirse en hipótesis, en ensoñación.
3 Argentina no es la excepción. Pero es la patria que habitamos y en la que hemos echado raíces. Si aceptáramos las limitaciones que impone la mafia y sus protegidos estamos vulnerando las esperanzas y los deseos de gloria de los que nos precedieron. Nos estamos hiriendo nosotros mismos. Esto no era lo que queríamos cuando volvió la Democracia que procuró darle la espalda al latrocinio y al crimen y creyó en las leyes y en la convivencia pacífica, señalando las maldades del pasado.No es un país donde impere la ley. Una de las grandes críticas contra el kirchnerismo es que no quiso respetar la división de los poderes, y eso le importó muy poco, donde favoreció ilegalidades. Donde se metió el erario público en el bolsillo e hizo lo que quiso con esos dineros. Es decir: se adueño del poder, sin límites.
4 Es en medio de todas estas circunstancias donde se dio la muerte del fiscal Nisman. Todos tienen el derecho a creer que no se suicidó. Que fue víctima de movidas turbias, sólo explicables por aquello que Nisman ponía en la vitrina a la vista de todos. Aunque eso escapa a la gente porque lo tiene que determinar, en los papeles, junto con las comprobaciones científicas más otros elementos la propia justicia. Muchos se quedarán con las ganas. Simplemente porque los ha ganado la incredulidad y ya no creen en la justicia, una actitud peligrosísima en la vida cotidiana, porque con ello mueren los encuadres para participar de una sociedad. Como si todo fuera poco, el oficialismo reaccionó ante la muerte de Nisman como suele hacerlo, con descalificaciones, con hipótesis sobre supuestas reacciones en la vida personal del juez y en la relación con su núcleo familiar. De sospechosos se convierten en interrogadores. No hubo piedad. La presidente de la Nación no firmó un pésame, no lamentó su muerte con un papel membretado de la Casa Rosada. No. La presidente sugirió que todo esto fue un eslabón más de un complot. Lo hizo desde Facebook. Y, como siempre, como si todo fuera poco, involucró en sus denuncias a los títulos del diario Clarín. Inverosímil. Quizás delirante.
5 ¿Se protegerá al equipo judicial que trabajó con Nisman? ¿Quiénes serán las autoridades que continúen la tarea del fallecido? ¿Se paralizarán por el miedo el resto de los fiscales o se vestirán con trajes estoicos? ¿Rescataremos la Democracia?
Daniel Muchnik, Socio del CPA
El Cronista, 21-1-15
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