Seis veces dizque llenaron los correístas la plaza de Santo Domingo este primero de mayo. Seis. Lo dijo el sábado el Presidente de la República en su enlace ciudadano, convertido, en virtud de este acto de generosa multiplicación de la militancia, en una suerte de feria de la alegría regalona y bombástica. Seis veces. Ya antes el Presidente había demostrado ser capaz de decir cualquier cosa con tal de mantenerse fiel a su libreto pero esto ya es el colmo. Ahora su libreto depende de aquello que improvisó al buen tuntún el pasado 19 de marzo, cuando dijo que en la plaza de San Francisco, un tercio más grande, caben apenas 15 mil manifestantes. Cualquiera que conozca esa plaza de casi 9 mil metros cuadrados o cualquiera que, sin conocerla, sepa multiplicar, puede reconocer que esa cifra es ridícula. Sin embargo, a ella tiene que aferrarse ahora el Presidente para no entrar en contradicciones. La matemática es simple: si en San Francisco, como él dijo, caben 15 mil, tendrá que admitir el Presidente que en Santo Domingo no pueden entrar más de 10 mil; y como está empeñado en hacernos creer que su concentración reunió a 60 mil personas, la idea de que la plaza se llenó seis veces es una necesidad histórica. En eso consiste la honestidad intelectual de Rafael Correa: en su capacidad para aferrarse a la mentira hasta alcanzar los máximos extremos del ridículo. ¡Seis veces! (“jajajá, seis veces”, diría la insidiosa voz de Douglas Argüello si tan solo trabajara en la vereda de enfrente).
Por un momento concedamos que sí, que la plaza de Santo Domingo se llenó seis veces. El 19 de marzo, la marcha de la oposición que avanzaba hacia San Francisco quedó un buen rato detenida porque la plaza ya no daba abasto. Fue necesario que un río de gente empezara a salir de ahí para que la multitud que esperaba a lo largo de las calles Bolívar y Guayaquil hasta el Teatro Sucre, a doce cuadras de distancia, pudiera entrar poco a poco. Durante una hora o más, la plaza se mantuvo llena con un flujo constante de gente que salía y otro igual de gente que entraba, por eso se dijo que la plaza se llenó dos veces. Concedamos entonces que este primero de mayo, en Santo Domingo, ocurrió lo mismo multiplicado por seis. Tal suposición por fuerza nos conducirá a divertidas conclusiones que el Presidente parece no haber considerado. Cuando él dice que la plaza se llenó seis veces, está diciendo también que se vació cinco veces. Eso significa que cinco de cada seis personas abandonaron un lugar donde se estaba desarrollando un acto de masas cuyo atractivo final y culminante consistía en un discurso del Presidente de la República. Entraron a la plaza y salieron por las mismas sin preocuparse por escucharlo. Muchos (digamos a ojo de buen cubero: los suficientes para llenar la plaza una vez) debieron incluso darle la espalda mientras estaba hablando. Si admitimos, pues, que la plaza de Santo Domingo se llenó seis veces, Rafael Correa deberá admitir, de su lado, que a cinco de cada seis correístas les importa un carajo lo que él diga. Lo cual, si se piensa detenidamente, es la parte más verosímil de su mentira: así es como se comporta la gente que es llevada en buses de un lugar a otro para engrosar manifestaciones a pedido.
Nada de esto debería ser tomado muy en serio. Todo lo dicho hasta aquí sólo es una forma didáctica de demostrar hasta qué extremos de ridículo se puede llegar si se emprende el camino retórico que ha decidido recorrer el Presidente. En realidad, cuando se trata de números no hay dónde perderse. No debiera. Con la tecnología de que dispone el gobierno, sus drones y sus helicópteros, todo cálculo podría ser científico y demostrable. Bastaría con una buena toma aérea de cada manifestación en su momento de expansión máxima y un cómputo de número de personas por metro cuadrado. Nada del otro mundo. Pero el gobierno, que dispone de esa información, no la comparte. Prefiere jugar con imágenes parciales que muestran más o menos gente según se trate de la manifestación oficialista u opositora y cálculos basados en impresiones y deseos. El resultado es que los correístas fueron 60 mil porque al Presidente así le pareció, porque el Presidente así lo quiso o porque el Presidente ya lo había decidido días antes. 60 mil y punto, aunque no quepan. Sin embargo, el simple hecho de que el gobierno no comparta las imágenes de sus drones y sus helicópteros sugiere que los cálculos verdaderos no le favorecen. El Presidente conoce la verdad pero elige mentirnos.
Lo peor es que el único interesado en esta disputa numérica es él, urgido como está por demostrar a cada paso su consigna: “somos más, muchísimos más”. Lo único que parece entender el Presidente sobre la democracia es que hay una mayoría y que la mayoría gana. “En las urnas, en las calles y en las redes”, como dijo el sábado. Por eso, no sólo se conforma con mentir sobre la real convocatoria de las marchas sino que pone a todo el aparato de su partido y del Estado a producir esa mentira. Primero están los buses que se cuentan por cientos y que llevan gente del campo a las ciudades para que participen en las marchas, buses que no se pueden ocultar porque se parquean en lugares bien visibles. Están, además, los sánduches y las colas, las pitanzas que el partido o el Estado, quién sabe, ofrece a los así movilizados y de cuya existencia, desmentida hasta el cansancio por el Presidente, hay abundantes pruebas fotográficas circulando en las redes (incluso se documentó la entrega de papas por kilos en fundas plásticas). A eso hay que sumar las circulares enviadas a los empleados públicos (de las que también hay hartas pruebas en las redes) conminándolos a participar en la marcha correísta. Las presiones en las escuelas públicas para que a nadie se le ocurriera llevar menores de edad a la marcha opositora. Las cuotas de 5, 10 dólares o lo que fuera, dependiendo de cada institución, cobradas a muchos funcionarios para financiar la movilización. Todo ello ha sido probado con fotografías y documentos que circulan en las redes y cuya autenticidad no ha sido desmentida por el gobierno más obsesionado por desmentir cuando se diga en su contra. Con todo esto, lo verdaderamente raro, lo vergonzoso sería que no fueran más, muchísimos más. ¿Cómo no serlo? Y, sin embargo, a nadie consta que este primero de mayo lo fueran.
“El peor error que puede cometer un político es convencerse de lo que desea y no de la realidad”, dijo Correa este mismo sábado en algún momento de su enlace. Parecería que ese es precisamente su caso. Contratando buses, comprando sánduches, repartiendo papas, enviando circulares, cobrando cuotas, el correísmo logra llenar la plaza de Santo Domingo. Luego viene el Presidente y lo celebra como si fuera una manifestación espontánea. Y dedica una buena cuarta parte de su sabatina a repetir hasta el hartazgo: “somos más, muchísimos más”. Y dice “les dimos seis a uno”. Y pregona “jornada histórica”. Y repite “esperábamos 40 mil personas, vinieron 60 mil”. Y arriesga: “aprendan a contar”. Todo entre risotadas fingidas, gestos de vanidosa autosatisfacción y aspavientos de inocultable desprecio. Como si del resultado numérico de una jornada de movilizaciones callejeras dependiera el futuro del país y de la democracia.
“Resulta bochornoso verlos fanfarronear a ver quién es el que la tiene más grande”. Este verso de Serrat se aplica con penosa exactitud al presidente Rafael Correa, cuyo concepto de democracia adolece de una fatuidad sólo comparable con el volumen de su vanidad y la profundidad de su ignorancia. Ese concepto de democracia obedece a un criterio único de valoración política: el tamaño sí importa.
Roberto Aguilar, Ecuador.
Estado de propaganda, mayo 4, 2015
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