Roca fue elogiado durante mucho tiempo como el fundador de la Argentina moderna.
Recientemente, con la valoración de los llamados pueblos originarios, fue denostado como genocida. Hoy, en momentos de crisis y de vísperas, es invocado por quienes valoran su capacidad de gobernar, de hacer y de gestionar.
Estos cambios de opinión no son raros. Probablemente muchos de sus críticos de hoy compartieron, hace algunas décadas, la opinión de Jorge Abelardo Ramos, trotsquista y peronista, quien valoró al rival del mitrismo, jefe del Ejército nacional, constructor del Estado y digno antecesor de Perón.
Hay muchos Rocas para traer al presente, de acuerdo con lo que se cada uno proyecte en el pasado. Está el general Roca de Ñaembé, Santa Rosa y la Campaña del Desierto, que tiene bien ganada su estatua. Pero hoy n o necesitamos a un general victorioso, afortunadamente.
Hay un Roca político: el mitológico “zorro”, que manejó a los gobernadores durante veinticinco años, con el palo y la zanahoria, asegurando la paz y el orden. Los historiadores creen que s e ha sobrestimado su capacidad de maniobra.
Señalan su responsabilidad en la crisis política de 1890-1895, y su incapacidad para manejar la sucesión en 1904, inaugurando otra larga y compleja crisis. También han advertido que inició el ciclo de autoritarismos presidenciales, expandido luego por la democracia.
En cuanto al Roca presidente y estadista, es necesario distinguir entre su primera presidencia -la época de oro del “orden y progreso”- y la segunda, iniciada en 1898. Lilia Ana Bertoni ha subrayado el giro marcadamente conservador que imprimió entonces a sus políticas. Inició su mandato cuestionando duramente el proyecto educativo de Sarmiento, e intentó suprimir los colegios secundarios nacionales. También impidió la sanción de la ley de Divorcio, frenando el impulso laicista de 1880. Mientras Uruguay marchaba por entonces hacia la separación de la Iglesia y el Estado, la Argentina ingresó en la etapa de la “nación católica”.
La invocación actual de Roca se centra en su primera presidencia, entre 1880 y 1886.
En esos años, sin duda, Roca hizo mucho, como continuador de una tradición y un legado.
En las décadas anteriores, en medio de ásperos debates, muchos otros habían pensado ya cómo construir la Argentina y Sarmiento y Avellaneda, sus antecesores, habían recorrido el primer tramo. Roca recogió el impulso y siguió un camino ya trazado No se trata de restarle méritos sino de reflexionar sobre nuestra tarea actual. Hacer es importante, pero también es necesario pensar. En 1880 había mucho debatido, acordado y decantado. Hoy no alcanza con una gestión eficiente como la suya (y también transparente, un aspecto en el que Roca no brilló). También necesitamos ese proceso de debate, confrontación y reflexión colectiva, que es el meollo de la tarea del Estado.
La reflexión que debemos hacer transcurrirá en medio de una crisis fenomenal. Para superarla, además de pensar necesitaremos un “piloto de tormentas”. En tren de buscar imágenes en el pasado, me resulta mucho más pertinente la figura de Carlos Pellegrini.
Luis Alberto Romero, Socio del CPA
Clarín, 11-9-14
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