Presidente, usted se está inventando la realidad

Presidente,

No sorprende pero sí inquieta la forma como usted y su gobierno se relacionan con la realidad. Al retorno de Panamá cualquiera esperaba que usted, en primer lugar, sacara conclusiones no similares pero algo parecidas a la de todos aquellos que vieron lo que ocurrió en la Cumbre.

Sería descomedido recomendarle artículos que se han publicado en Estados Unidos, Brasil, Chile, Colombia, Perú… sobre la Cumbre de las Américas. El sentimiento general es que al señor Maduro y a usted, en particular, no les fue bien. Que fue una cumbre volcada hacia el pragmatismo y no hacia ideologías trasnochadas. Que Obama fue el gran triunfador, como Castro que, como dicen los ciclistas, está chupando rueda en el pelotón de EE.UU.

Usted no vio eso. Para usted hubo “un punto de inflexión en la historia regional” por la participación de Cuba y porque “América Latina y el Caribe (estuvieron) más firmes y soberanos que nunca”. Según usted, “Nuestros pueblos ya no aceptan tutelajes ni intervencionismos. América Latina habló claro y alto”.

Al parecer –y para parafrasear a Pitágoras– su alma es un acorde, pero sufre de disonancia. Punto de inflexión sí hubo. Pero lo propició Estados Unidos con Cuba. No Cuba contra Estados Unidos. Los dos gobiernos lo hicieron posible tras casi dos años de conversaciones. ¿Quiénes hablaron claro y alto? ¿Acaso no fue Raúl Castro quien excluyó de sus diatribas al propio Barack Obama? ¿Y no fue Obama quien, criticando algunas intervenciones anteriores de su país, propuso un nuevo tipo de relación con la región?

¿Para usted hablar alto es sinónimo de tener la razón? En ese caso, Nicolás Maduro es quien más razón tiene. Y usted también. En cambio, Obama, que no sube el tono, no repite una y otra vez lo que dice y es tan conciso como un viejo telegrama, es quien menos razón tiene.

Como usted ve, es difícil seguir su lógica. Y más arduo aún acompañarlo en sus conclusiones. Todo sería más fácil si usted no convirtiera cada discurso, declaración, conferencia, encuentro o tuit en una guerra que debe ganar –ante sus fans– como sea. Eso genera enormes lastres.

Uno, por ejemplo, es querer convertir la realidad–real en realidad–política. Eso no debiera preocupar en demasía. Es un mal crónico del poder. Claro que hay una diferencia entre fantasía y mistificación. La primera tiene que ver con la ilusión y el deseo; la segunda con la voluntad de engañar, de embaucar.

Y después de todo, lo peor no es que el poder quiera trucar la realidad para lucirse: es que el poder se crea sus propias ficciones y termine cambiando, en todas las instancias oficiales, la realidad por sus palabras. Por sus discursos.

Algo de todo esto hay en su versión sobre lo que pasó en Panamá. Usted está empeñado en que sus palabras reemplacen lo que sucedió ante centenares de millones de personas. Usted dice claro y alto. Usted dice firme y soberano. Usted dice no tutelaje y no intervencionista. Conclusión: usted (Maduro, Morales, Fernández de Kirchner, Ortega…) 1; Estados Unidos 0. ¿Eso se debe entender, Presidente?

Eso se llama, de ser el caso, ganar guerras ficticias con palabras. Porque el rito mayor de la reunión de Panamá consistía, precisamente, en apagar el rescoldo de una guerra –esa sí real– en la que se involucró Cuba: la guerra fría. Cuba al fin entendió que la oleada de palabras (soberanía, independencia, imperialismo, intervencionismo, revolución, proletariado, nacionalismo, oligarquías, gobierno del pueblo, dignidad…) no trae desarrollo al país. Y si Maduro se gana una caterva de insultos en los cuales se duda de su inteligencia… no es por ser chavista: es por querer ser como Cuba, cuando Cuba –incluidos los Castro– ya se hastió del fracaso de su modelo. Pero Maduro no tiene remedio: le divierte que le digan Maburro.

No sorprende pero sí inquieta, Presidente, la forma como usted y su gobierno se relacionan con la realidad. Porque los regímenes como el suyo, que no toleran la prensa independiente, se acostumbran a que sus palabras, y no los hechos, sean la realidad. Es tan viejo el mecanismo que un historiador y demógrafo francés, Enmanuel Todd, lo volvió célebre. Quizá usted sabe, Presidente, que fue él quien anunció, en 1976, la caída del imperio soviético. Lo hizo en su libro “La caída final: Ensayo sobre la descomposición de la esfera soviética”. ¿Y cómo lo logró 13 años antes de que se cayera el Muro de Berlín? Analizando las únicas estadísticas que el régimen de Moscú no podía trucar: los nacimientos y los decesos. El inusual incremento de mortalidad infantil le permitió afirmar que ese sistema no aguantaba más e iba a implosionar.

Trastocar la realidad, reemplazarla por palabras, resulta siempre un arma de doble filo. Primero genera una fosa tectónica entre el poder y la ciudadanía. Usted dirá, mirando los sondeos, que aquí eso no ocurre. Tiene razón: ese proceso tarda, pero es irremediable como lo prueba el caso venezolano: Maduro es hoy un hazmerreír dentro y fuera de Venezuela. Y dos: produce un poder mitómano, rehén de sus propias falacias.

Inquieta, Presidente, que usted quiera hacer creer que la guerra contra la pobreza y por la integración del país al mundo globalizado depende de actitudes que hoy reniegan aquellos que las practicaron durante más de medio siglo. La soberanía, la dignidad y la retahíla que sigue dependen hoy de las tecnologías de punta, de una mejor formación de los jóvenes, de las oportunidades comerciales, de la producción, de la instalación en el país de empresas que tienen el futuro como único horizonte. Y para ello se necesitan socios virtuosos y respetuosos. Usted los está ahuyentando con sus palabras. Con sus actitudes. Con sus políticas.

Panamá no fue, Presidente, un campo de batalla. Fue el reencuentro con un potencia que es el primer mercado comercial del Ecuador y el país más entroncado con el futuro. Saber negociar con él es el nuevo reto. Y tenerlo como socio (con toda la inteligencia que eso necesita) es la mejor inversión que pueda hacer el país. Lo piensa hacer Cuba.

En Panamá no ganaron los discursos trasnochados. Salieron mal parados esos gobiernos que se escudan tras las palabras para reactivar una guerra que, hasta aquellos que la hicieron –como el régimen cubano– la quieren dar por terminada.

Quizá convendría abrir los ojos ante esa realidad y no inventarse una realidad con meras palabras, por soberanas y dignas que parezcan.

Con el debido respeto a su alta función,

José Hernández, Ecuador.

Sentido Común, abril 14, 2015.

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