En Canoa, provincia de Manabí, ya están encementando la playa: la revolución avanza. Es una manera de ser del correísmo, un concepto anticuado y poco original de desarrollo y, con certeza, un lucrativo negocio. Todo al mismo tiempo. Cuando esto haya terminado, alguien tendrá que hacer el inventario de los casos parecidos, alguien tendrá que calcular el cemento que está demás en el país. Y la plata que falta. Lindo. En Canoa, provincia de Manabí, ambas cosas –y otras más– están a la vista.
Este blog ya se refirió en una ocasión a Nación Rotonda. Así se llama un proyecto digital creado por un grupo de ciudadanos españoles aficionados a las imágenes satelitales e indignados por el despilfarro que condujo a su país a la peor crisis de su historia reciente. Básicamente es un testimonio de la gran burbuja, un esfuerzo por documentar el exceso de cemento que la codicia y el desparpajo de una gavilla de delincuentes con corbata sembró por toda la península: carreteras desproporcionadas e inservibles, ramales de viaducto inexplicables en medio de la nada, urbanizaciones fantasmas, lotizaciones de terrenos sin otro objetivo aparente que el de trazar calles, delimitar solares vacíos y gastar asfalto. Y por encima de todo, rotondas. Decenas, cientos, miles de rotondas: el mejor y más socorrido recurso para inflar un presupuesto.
Cemento demás. Cuando esto haya terminado, siguiendo el ejemplo de Nación Rotonda habrá que echar un vistazo al Ecuador desde el satélite. Nos sorprenderán los aeropuertos inservibles; los grandes terrenos desbrozados, aplanados y listos para nada; las modernas autopistas que conducen a esos terrenos; las gigantescas plataformas en proceso de hundimiento; las carreteras de caprichoso trazado; los pasos laterales de ocho carriles para conectar dos tramos de una vía que sólo tiene cuatro… En fin, habrá para todos los gustos. Y cuando dirijamos nuestra atención ya no a las grandes obras de infraestructura nacional sino a las construcciones más modestas de los pequeños pueblos, ¿qué no encontraremos? En medio de un fastuoso conjunto de elefantes blancos, la pequeña parroquia playera de Canoa será un apéndice vistoso pero bastante significativo por su capacidad para revelar con exactitud lo que el correísmo tiene en la cabeza. No el correísmo de las grandes declaraciones líricas y los considerandos parlamentarios; tampoco el de los ideólogos pseudoacadémicos ni el de los diagnósticos elaborados por tecnocrátas; ni siquiera el de las vociferantes sabatinas. No. El correísmo de a pie, el correísmo de parroquia, ¿qué tiene en la cabeza? Cemento demás.
Canoa no tiene un buen sistema de alcantarillado. Ni agua potable. Gran parte de su abastecimiento depende de tanqueros que llegan desde San Vicente, su cabecera cantonal. Otra parte es agua entubada. Como en la mayoría de pueblos playeros del país, el asfalto es la excepción en sus calles. Nada de esto parecía importar demasiado hace diez, hace cinco años: Canoa tenía personalidad y ambiente. Con eso y su maravillosa playa, poco a poco se fue convirtiendo en el destino más atractivo del norte de Manabí. Hasta que llegó eso que se hace llamar revolución.
En 2011, con la demagógica complacencia propia de los populismos, las autoridades correístas del cantón y la provincia entregaron a la economía informal el costado del malecón que da a la playa. O sea que autorizaron la construcción de una gran cantidad de precarias cabañas y chiringuitos de madera y zinc para el expendio de licor y de comida. Bastaba con tender un cable al poste más cercano. Esos locales siguen multiplicándose y han comenzado a invadir la playa con cocinetas de gas y mesas plásticas, llevando el agua en baldes o extendiendo una manguera. Funcionan sin aparentes controles sanitarios y sin sujetarse a normas de seguridad de ningún tipo. Los baños, cuando existen, son un asco. El volumen de sus parlantes y amplificadores, que a mediodía empiezan a despachar reguetones y bachatas, es ensordecedor: compiten entre sí y aplacan cualquier actividad que pretendan realizar los negocios formales (algunos de ellos históricos) del otro lado de la calle. Para construir esas casuchas fue necesario echar abajo más de 35 palmeras sembradas 12 años antes, así como remover otra vegetación ornamental que contribuía a crear el ambiente característico del malecón precorreísta. En esta ingrata tarea de desbroce y deforestación playera se utilizó –según publicó en su tiempo El Diario de Manabí– maquinaria del gobierno provincial. El resultado es una situación de insalubridad e inseguridad crecientes que, cuatro años después de la gran transformación revolucionaria, son la característica principal que ofrece Canoa al visitante. En resumen: un desastre autorizado. Cabe suponer que los ocupantes de las casuchas, que suman 190 según quienes las han contado, alcanzan para llenar un número de buses que resulta atractivo para los movilizadores políticos correístas. De lo contrario nada de esto tendría sentido.
La próxima vez que el gobierno pregone las maravillas que ha hecho por el desarrollo turístico del país y se sientan tentados a creerle, traten de darse una vuelta por Canoa.
Y encima de todo eso vino el cemento. Ocurre que en enero de 2014 el alcalde de San Vicente, el correísta Humberto García, consiguió un financiamiento de casi 300 mil dólares del Banco del Estado para invertir en Canoa. 293.562 dólares con 52 centavos, para ser exactos. ¿Para hacer obras de saneamiento? ¿Para pavimentar las calles? ¿Para dotar de agua potable a la parroquia? ¿Para concluir la red de alcantarillado? No, nada de eso. Para encementar la playa. La obra, que se anuncia en un cartel con los logotipos correístas correspondientes y la información técnica del caso, lleva el pomposo nombre de “proyecto turístico de senderos, estares y ciclovías” y consiste en un inútil, absurdo, delirante anillo irregular de corredores de cemento y adoquines dispuestos sobre una plataforma en torno a un espacio de arena muerta. Hay bancas de madera como las de los parques, espacios para reuniones sociales irrealizables bajo la canícula playera, sin un centímetro de sombra, sin una sombra de razón para que el visitante elija estar ahí y no tirado panza arriba junto al mar. A la contratista Leonor Vera, responsable de la construcción, habría que preguntarle en qué estaba pensando, aparte de ganar un buen billete. El “proyecto turístico de senderos, estares y ciclovías” lleva un año en su lugar, en el extremo norte del pueblo, al otro lado de la desembocadura estacional del río Canoa, y ningún visitante regresa ni a mirarlo. Debe presentar un aspecto inexplicable visto desde un satélite. No por mucho tiempo: la erosión ya se lo está comiendo. Es como encender un cigarrillo con un cheque de 300 mil dólares.
Ahora Rossana Cevallos, compañera de partido de Humberto García y su sucesora en la alcaldía, se ha propuesto la difícil, casi imposible tarea de superar esta insensatez. ¡Y lo ha logrado! Decíamos que la plataforma encementada de García queda al otro lado de la desembocadura estacional del río Canoa. Estacional porque sólo existe en época de lluvias, unos pocos meses al año. Pues bien: mientras Canoa clama por agua potable, mientras las precarias cabañas de madera continúan hacinándose junto al malecón y multiplicando la insalubridad del pueblo, ella ha decidido construir un paso peatonal, en realidad un gran puente colgante cuya estructura de cemento se levanta ya a lo largo de cien o más metros de playa, un puente que permita el paso de los visitantes hacia la inservible plataforma de García por sobre las aguas (que la mayor parte del año no están) del río Canoa. Ahí se levanta esa gran plasta de cemento aún inacabada, oscureciendo la entrada del histórico hotel Bambú, en cuyo frente ha sido edificada, y con toda la pinta de estar abandonada desde hace rato: en el gran pozo abierto para sus cimientos, desde donde surgen los grandes pilares de cemento con alma de hierro que sostendrán el conjunto de la estructura, el agua estancada se acumula en medio de olores nauseabundos. Impagable aporte de la revolución ciudadana para la difusión de la chikungunya en territorio ecuatoriano. Genial.
Para eso sirven los alcaldes correístas en lugares como Canoa y San Vicente. Y en eso consiste la revolución. Símbolo innegable de progreso y objeto del deseo tanto de funcionarios como de contratistas, las obras de cemento son la medida perfecta de la realización correísta. Cuando esto haya terminado habrá que hacer un inventario. Y sacar cuentas.
Roberto Aguilar, Ecuador.
Estado de propaganda, julio 20, 2015
Deja una respuesta