Malos tiempos para las ideas

Es inútil.

Los espíritus que tienen el gusto por la disciplina y los medios para disciplinar a los demás no se dejan estimular por las ideas. Abstinentes por naturaleza, se inhiben de experimentar aquella peculiar vibración que se produce cuando los cerebros se frotan unos con otros. Lo propio de una idea es su capacidad para reaccionar al contacto con otra idea produciendo ideas nuevas, pero estos espíritus se resisten a tan natural proceso del pensamiento con mecanismos de autoprotección bien cultivados. Así son capaces de permanecer aferrados a una misma idea durante ocho años o mientras les duren los medios para imponerla. Es todo un trabajo. Se empieza por evitar el contacto con otras ideas y se acaba por prescindir de las evidencias. Como alguien que dijera (el ejemplo es frívolo) no-existen-humoristas-ingleses; y luego de que una multitud le pusiera por delante una lista inmensa, respondiera: no-existen-humoristas-ingleses. ¿Cómo funcionan cerebros semejantes? Y lo que es más importante, ¿cómo se hace para cruzar ideas con ellos?

No hay caso.

Es el rasgo más intolerable de los proyectos disciplinarios: la imposición de un discurso oficial que se reproduce con independencia de la realidad y se mantiene impermeable a las ideas, un discurso que no puede ser influido por ninguna experiencia ni alterado por ningún argumento. Algunos dirán que no, que lo peor es lo otro, la privación de las libertades, la pretensión de conducir a la sociedad con criterios de disciplina que terminan configurando una ortopedia. Como en el Plan Familia. Como en el proceso Bonil. Puede ser. Pero el Plan Familia es precisamente una expresión de ceguera voluntaria ante la realidad y el proceso Bonil es una muestra de sordera ante el discurso y las ideas de los otros. Ambos casos son ejemplos de la misma tozudez: no-existen-humoristas-ingleses.

Es desalentador.

Sin embargo claman a los cuatro vientos que creen en el debate. “La disputa de ideas, de visiones, de intereses, es parte inevitable de un proceso de cambio”, dice la secretaria ejecutiva del partido, Doris Soliz, en la carta que escribió la semana pasada para corregir las opiniones de Lenin Moreno sobre el proceso a Bonil. El ex vicepresidente se había apartado de los lineamientos del partido para expresar sus posiciones “personales” y era necesario hacérselo notar. ¿Debatir con él? ¿Disputar ideas, visiones, intereses? Nada de eso. Si se lee con atención el comunicado resulta obvio que el correísmo sólo cree en el debate a condición de mantener inalterables sus posiciones y reservarse la última palabra. Más claro: el correísmo debate para no debatir. O debate siempre y cuando se dé por sentado y se parta del hecho incontrastable de que no-existen-humoristas-ingleses. El correísmo llama debate a sus llamados al orden.

Claro que Lenin Moreno, por ser quien es, pudo contar con que tal emplazamiento se le hiciera “con cariño y enorme respeto”. Cualquier otro correría una suerte muy distinta. El primer mecanismo de autoprotección que entra en juego cada vez que los espíritus disciplinarios en el poder se ven confrontados con ideas que les son ajenas es la automática presunción de mala fe. Siguen las descalificaciones, los insultos y un largo expediente de mecanismos infamatorios que no se detienen ante la calumnia y tienen por objeto mantenerse a buen resguardo de las ideas ajenas. Sabemos cómo termina todo esto: un día alguien recibe unas flores y es invitado a callar, o es llevado ante la fiscalía por hacer un dibujo. Porque las palabras, como decía Sartre, son acciones, y los proyectos disciplinarios se encargan de demostrarlo con brutalidad.

Es intimidante.

Quien lo tenía claro era Camus: lo peor de un sistema de privación de libertades no es la privación de libertades en sí. El obstáculo más desalentador, escribió en su conmovedor manifiesto por la libertad de prensa de 1939  es “la constancia en la necedad, la cobardía organizada, la estupidez agresiva”. Obstáculo desalentador porque ante él no se puede hacer nada; es infranqueable. Ahora mismo en el Ecuador hemos visto recortados algunos espacios de libertad. Libertad de asociarnos sin la tutela del Estado; libertad para practicar los valores familiares que mejor cuadren a nuestras convicciones sin entrar por ello en confrontación con las políticas públicas; libertad de reírnos como nos dé la gana y de quien nos dé la gana, particularmente del poder, de dibujar lo que queramos y de expresar disidencia sin temor de ser simbólicamente asesinados o llevados a la corte. Esas libertades no pueden ser defendidas hoy en el país ni mediante la acción política ni mediante el debate público, es inútil. Sólo será posible recuperarlas cuando esto haya terminado.

¿Y mientras? Camus plantea que el individuo, cuando la sociedad ha fracasado en preservar su libertad, todavía puede encontrar maneras de servirla y permanecer libre. Y propone cuatro valores irrenunciables: lucidez, rechazo, ironía y obstinación. La lucidez para resistirse a los mecanismos del odio y del quemeimportismo. El rechazo a decir aquello en lo que no se cree, a servir a la mentira. La ironía de quien no se hace ilusiones sobre la inteligencia y la limpieza de aquellos que lo oprimen. Obstinación para luchar por lo que uno cree verdadero como si su acción pudiera influir sobre el curso de los acontecimientos.

A lo mejor no es mucho. Pero es lo que hay. Y es lo que ningún proyecto disciplinario en el planeta podría quitarnos. Quizá lo importante no es que estos esfuerzos parezcan útiles o no, sean útiles o no. Lo importante es hacerlos. Lo importante es mantenerse libres.

Roberto Aguilar, Ecuador.

Estado de propaganda, marzo 9, 2015

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