La noche del 20 de junio se agotó otro de los plazos electorales en Argentina rumbo a la elección presidencial del 25 de octubre. En caso de celebrarse una segunda vuelta, ésta tendrá lugar el 24 del mes siguiente. Previamente hay que pasar por la otra gran fecha señalada en el calendario: el 9 de agosto. Ese día están convocadas las PASO (primarias abiertas, simultáneas y obligatorias), cuya principal misión es clarificar el panorama. De algún modo, las PASO funcionan como una gigantesca encuesta a tamaño real que permite medir los apoyos de cada cual y descartar aquellas opciones que no se beneficiarán del voto útil, cualquiera sea su significado y dirección.
En esta ocasión se trataba de inscribir las candidaturas que competirán en las PASO. Todo el proceso había estado fuertemente condicionado por las incógnitas que planteaba la candidatura oficialista. La intervención presidencial, el “dedazo” mexicano, que ya había reducido a dos el número de precandidatos, terminó de simplificar el panorama al mantener en carrera sólo a Daniel Scioli, gobernador de la provincia de Buenos Aires. Para que esto ocurriera, la presidente Cristina Fernández le endosó como compañero de fórmula (competirá por la vicepresidencia) a Carlos Zannini, su más cercano y fiel colaborador.
La selección de candidatos a diputados nacionales también evidenció el poder presidencial, al situar en cabeza de numerosas circunscripciones a dirigentes de la organización juvenil ultrakirchnerista La Cámpora. Los dos casos más destacados junto a la provincia de Buenos Aires, de lejos el mayor distrito del país, son la provincia de Santa Cruz y la ciudad de Buenos Aires. En la primera Máximo Kirchner irá de cabeza de lista, un puesto reservado para el ministro de Economía Axel Kicillof en la Capital Federal.
La jugada presidencial en la definición de la fórmula Scioli – Zannini tuvo distintas lecturas entre los analistas, políticos y encuestadores argentinos. Mientras unos se centraban en explicar cómo la presidente reforzaba su poder, otros pensaban que el resultado final se debía a la debilidad de las dos partes. Si el kirchnerismo era incapaz de encontrar un candidato con serias expectativas de triunfo dentro de su círculo más estrecho, Scioli, movido por la obsesiva ambición de llegar a la presidencia, incluso pagando un elevado precio o vendiendo su alma al diablo, careció del poder suficiente como para despojarse de la tutela “cristinista”.
La hábil jugada de la presidente echó un balde de agua fría a todos aquellos que pensaban que aún en el caso de un triunfo de Scioli comenzaría un cambio de ciclo en Argentina, como rápidamente mostraron los mercados. El cambio es algo que está por ver y será el propio Scioli quien tenga que demostrarlo. Pero, con un eventual triunfo, el kirchnerismo no sólo controlará el Poder Ejecutivo y el Legislativo (con fieles seguidores al mando en ambos casos), sino también los servicios de Inteligencia y la procuraduría general. Por eso, ¿qué podrá hacer Scioli, en caso de querer hacer algo, para despojarse de la férrea tutela de Cristina Fernández, tejida como una tupida y asfixiante trama a su alrededor?
Para poder cumplir esos futuribles, el candidato oficialista debe primero ganar la elección. Si bien el kirchnerismo/peronismo/oficialismo encabeza las encuestas habrá que ver cómo se manifiestan las pulsiones de cambio, de momento bastante importantes, en los próximos comicios. Manuel Mora y Araujo recuerda la complejidad de una coyuntura imposible de sintetizar en el enfrentamiento kichnerismo duro vs. antikirchnerismo. De la realidad provincial comienza a emerger un escenario mucho más sofisticado, con el triunfo de algunos candidatos menos alineados en la obediencia ciega al cristinismo y poco dados a seguir su estilo confrontacional.
En Brasil, pese a la reelección de Dilma Rousseff, el gobierno se vio forzado por la grave crisis económica a nombrar a Joaquim Levy al frente del ministerio de Economía, para impulsar una política muy alejada de los deseos del PT (Partido de los Trabajadores) y de otros destacados miembros de la coalición gubernamental. En Argentina posterior a octubre, con una situación económica tanto o más complicada que la brasileña, el futuro es demasiado imprevisible como para comenzar a especular y más si tenemos en cuenta la gran incógnita que supone el candidato Daniel Scioli.
Hay otro elemento que también puede condicionar el futuro en el caso de una victoria oficialista. ¿Ésta se producirá en primera o segunda vuelta? Más allá de los méritos de la oposición, si se produjera un triunfo incuestionable la presidente podrá reclamar la propiedad de unos votos que lo hicieron posible, algo que será más complicado en la segunda vuelta. En ese caso, el resultado general y lo que ocurra en otros distritos condicionará las estrategias para el enfrentamiento decisivo junto al estilo del discurso (más o menos continuista, más o menos rupturista) de Scioli.
La oposición no lo tiene fácil. Finalmente se llegó a un escenario en el cual su unidad es de momento impensable. Mauricio Macri, que lo apuesta todo al deseo de cambio de una ciudadanía cansada tras largos años de gobierno kirchnerista, se resiste a cualquier acuerdo con Sergio Massa. Desde esa perspectiva decidió integrar a su antigua colaboradora Gabriela Michetti a su fórmula presidencial. Las encuestas no reflejan todavía los cambios ocurridos en esta semana. A medida que nos acerquemos a agosto las cosas irán quedando algo más claras, aunque el temor de un nuevo presidente peronista sigue planeando.
Por CARLOS MALAMUD
Infolatam, Madrid, 21 junio 2015
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