
Patio de honor está dividida en dos partes distintas pero complementarias[1]. Barranda, la primera parte, es una metáfora de Marruecos. Narra los conflictos y la vida social en un tiempo y en un espacio determinados, da cuenta de problemáticas que se antojan lejanas pero no ajenas: la carencia del agua y las relaciones de poder estructuradas a partir de la posesión de ese recurso escaso; la tenencia de la tierra; la sequía; las plagas; y, el antagonismo y las pugnas entre las castas que dominaban ese territorio. No solo la naturaleza hace surrealista el ambiente barrandí, sus personajes hacen lo propio en cotas notables. Barranda también es Macondo.
«En Barranda no quedaban ya más que algunos restos desdibujados sobre otros restos desdibujados, una suerte de acumulación de lugares simbólicos. Es más en Barranda no quedaron más que escasos indicios de lo ocurrido, porque las evidencias se las llevó el tiempo del olvido. Dicen que todas las leyendas que aquí se cuentan tienen un solo punto de partida, o mejor dicho dos. La historia y la sequía».
El prologuista de la edición en español, Gonzalo Fernández Parrilla, sugirió un Macondo en Marruecos, probablemente, al encontrarse con esa mezcla de memorias, símbolos, mitos, leyendas, creencias religiosas, autoridad política y saberes populares que dan vida a los individuos que allí habitan. En Barranda, el islam ocupa un lugar superior a la legalidad. La llegada de la televisión y la reacción de los lugareños —en los años 50— escandalizados por tal suceso, aproxima algunos rasgos identitarios de esa sociedad frente a la amenaza de la intrusa, que con sus imágenes causaría «ceguera en los corazones, y por lo tanto era algo execrable».
No obstante las apariencias, el recato y las buenas costumbres o la farsa de las convenciones sociales de sus habitantes, hubo quienes se procuraron la forma de satisfacer sus pasiones e instintos, evadiendo las ordenanzas de fe, cediendo al deseo y a los placeres mundanos y carnales más allá de las pretendidas etiquetas. El oportunismo y la malicia alternaron con la sumisión, los enfrentamientos y las traiciones. Memorias, olvidos y ausencias.

La segunda parte de Patio de honor acerca la realidad de un grupo de amigos que han sido liberados de la cárcel luego de largas condenas por motivos políticos. Ellos no asimilan ese nuevo estado, la libertad no les trajo libertad. La novela refiere a la necesidad y a la búsqueda de refugio por parte de Saad, su protagonista, frente a la desolación que supuso una libertad idealizada y que al concretarse no resultó ser la esperada. La libertad no fue la única idealizada en prisión, también lo fue la infancia, lo fue para todos.
Saad, ese narrador omnipresente, ve transcurrir una parte de su vida mientras contempla el retrato de su grupo de amigos: Idris El Amrawi, Ahmed El Rifi, Mustafá El Darwich, Abdelaziz Sáber y, él mismo, Saad El Abrami. Una fotografía que por sí misma no refleja la realidad de la prisión, lo que aproxima la experiencia carcelaria es el recuerdo, la memoria, la desesperanza, el dolor que todo lo impregna, los residuos en la piel de esa humedad de las celdas y la soledad que media entre las diferentes emociones y situaciones (desamor, rupturas, renuncias, abandono, muerte) de los protagonistas. Sobresale la amistad, ese vínculo fraterno entre ellos y, tal vez, el único sentimiento genuino surgido en esos largos años de prisión.
El lector se adentra en la cotidianidad de la cárcel, en las rutinas de los presos políticos, en su día a día tan lleno sentimientos y reflexiones sobre la vida. Días de fragilidad, de vacío y de ruina. Días de risa e ironía. Y a veces el amor. Amor y revolución: efervescencia, agotamiento y extinción. En Patio de honor no solo se extingue el amor, se apagan los sueños de revolución, se devela la doble opresión, el oportunismo de la organización y la negación del individuo. Hubo lugar a la resistencia, al aislamiento y a las huelgas; también a las relaciones de dominación-sujeción entre líderes y militancia. Traiciones, tiranía, mezquindad, delación. «¿Quién sabía por entonces, excepto los que fueron degustando paciente y lentamente la amargura, que nuestra derrota colectiva era un pequeño triunfo individual del ser?».
La cárcel permitió que emergieran liderazgos sin mayores cualidades. Se impuso la capacidad de infundir temor por características como la fuerza física, se otorgó autoridad y notoriedad a personajes carentes de atributos intelectuales. Abdelaziz y Saad llegaron a cuestionarse y a interpelar el devenir de la organización de manera contundente:
«Esta experiencia, Dios mío, es una mierda […] ¿Cómo pueden esos intelectuales, aislados del movimiento del pueblo, poner en práctica las consignas y tareas que pregonan? […] ¿Quién te ha conferido la tarea de dirigir a las masas? […] los intelectuales se atribuyen generalmente una serie de derechos que pueden no corresponderles, y cargan también con unas tareas que quizá no les son propias».
Un abrupto despertar, sueños rotos y secuelas profundas. Ellos, que rechazaron la idea de la amnistía, se vieron un día en libertad sin por ello llegar a ser libres. Comprendieron que en libertad se puede permanecer sujeto al pasado y encarcelado en los recuerdos. Incluso, esa libertad hizo de aliciente, en algunos casos, para poner fin a la existencia. Muchos quedaron prisioneros de ese pasado que talla y define la forma de ser y de estar o de no estar en el mundo, se vieron expuestos a las dificultades y a las limitaciones que supone reincorporarse al sistema y a las prácticas cotidianas de la sociedad. ¿Los caminos? El suicidio, el exilio o la reinserción. ¿La libertad? Un estado carente de sentido que expuso el cansancio, la soledad, la renuncia y el retorno.
«Las amistades ya no significan nada para mí, ni el interés del día a día por las ambiciones. En lo que respecta a los deseos, la cárcel me había ya ejercitado en todo lo prohibido y en los deseos imposibles. Odié mis miembros, odié las fantasías. La realidad es dolorosa porque yo me he aislado en ella y en la frivolidad. Persigo una frivolidad cuyas punzadas no he sentido hasta que me convertí en su triste sombra […] Pienso en Barranda y siento ese deseo contenido de exiliarme a otro tiempo».
Saad no solo buscaba un refugio, era imprescindible un exilio para su alma. «Barranda no era el viaje, sino la partida definitiva».
Clara Riveros, politóloga, consultora y analista política en temas relacionados con América Latina y Marruecos y directora en CPLATAM -Análisis Político en América Latina-
Noviembre, 2018
CPLATAM Un exilio para el alma Clara Rivero* | InfoMarruecos
[…] Patio de honor está dividida en dos partes distintas pero complementarias[1]. Barranda, la primera parte, es una metáfora de Marruecos. Narra los conflictos y la vida social en un tiempo y en un espacio determinados, da cuenta de problemáticas que se antojan lejanas pero no ajenas: la carencia del agua y las relaciones de poder estructuradas a partir de la posesión de ese recurso escaso; la tenencia de la tierra; la sequía; las plagas; y, el antagonismo y las pugnas entre las castas que dominaban ese territorio. No solo la naturaleza hace surrealista el ambiente barrandí, sus personajes hacen lo propio en cotas notables. Barranda también es Macondo. […]