Hay momentos en que argumentar, razonar, fundamentar, no tiene sentido. Eso ocurre con la decisión del Frente Amplio de seguir apoyando la dictadura de Nicolás Maduro. Su respaldo es tan firme, sostenido y resuelto, que no hay más remedio que decirle que lo mantenga, sí, pero sin eufemismos. Si quiere apoyar a un dictador, que lo haga. Pero llamando las cosas por su nombre. Que se deje de macanear, que no caiga en tan flagrante indecencia.
El Frente Amplio no está confundido; confunde. No está equivocado, pero lleva a equívocos. Es verdad, sí, que hubo voces firmes y discrepantes dentro del Frente. Pero la declaración es la posición institucional de todo el grupo político.
Correspondía esta semana escribir una evaluación de la gestión presidencial de José Mujica que llega a su fin el domingo que viene. Una gestión que arrancó con aquellas lúcidas y acertadas afirmaciones republicanas de su discurso inaugural hace cinco años y que terminan con sus penosas declaraciones al periódico «Perfil» de Argentina, cargadas de caricaturesca ideología y genuina subestimación a las instituciones que funcionan según el principio de que nadie tiene todo el poder y que cada parte es controlada y sopesada por otros.
Igual desprecio a la democracia demuestra el Frente Amplio en su reiterado apoyo al chavismo venezolano, hoy encarnado en la figura de Nicolás Maduro. El Frente decidió que lo haría a pesar de los costos y sabiendo que no era lo correcto.
Ya no tiene sentido pretender que el grupo político que gobierna al país cambie de idea. Pero al menos podría dar su apoyo con clara expresión de lo que realmente apoya.
Que apoye a Maduro, sí. Pero que diga que está apoyando una dictadura que encarcela a la oposición y mata estudiantes, que hambrea a su país, que no tiene idea de cómo conducirlo y que para disimularlo todo inventa esas conspiraciones. Que el Frente lo apoye por lo que es, y que lo diga. Que tenga el coraje de defender sus causas por su nombre. Disimularlas y darles categorías que no tienen, para hacer creer que lo que dicen es bueno, es una forma de cobardía.
En su blog, Jorge Barreiro (que fue destacado colaborador de la revista «Cuadernos de Marcha») recuerda una frase de Albert Camus: «En política solo los medios justifican el fin». Sobre ella hace un lúcido y necesario razonamiento.
Si el objetivo es defender los derechos humanos, no se puede violarlos en procura de ese objetivo. No se puede cercenar la libertad para obtener más libertad ni se puede pisotear la Justicia para que esta sea más perfecta. No se puede masacrar una generación entera con la idea de que la siguiente vivirá mejor, como se hizo a lo largo del siglo XX en Alemania, en Rusia, en Corea y en China.
Desde 1917 una parte del mundo se dedicó a elaborar sofisticados razonamientos para defender, a cuenta de un idealizado fin ulterior, las más arbitrarias ejecuciones, las hambrunas más espantosas, las represiones más salvajes y los campos de concentración más inhumanos. Para todo había una justificación y el engaño se instaló para apuntalar un ideal. Como dice en su nota Barreiro, «los fines que invoco son tan increíblemente elevados, que estoy autorizado a incurrir en las bajezas más infames».
Pero saca una conclusión erizante: «Si hago lo que Videla, me convierto en un Videla».
El muro cayó y dejó en evidencia que lo que había de un lado era igual o peor que lo que hubo desde la década de los 30 hasta el fin de la Guerra, en el otro lado. Sin embargo, pasan los años y se insiste en la misma actitud.
¿Cómo se puede decir que lo de Venezuela es una democracia cuando los principales líderes de la oposición están presos? ¿Cómo se puede decir que es una democracia cuando las manifestaciones de protesta se reprimen con fuerzas de choque armadas y con orden de disparar? Por algo en las protestas de un año atrás hubo 43 estudiantes muertos. Otro, muy jovencito, murió hace un par de días y empiezan a aparecer muertos (y maltratados) los cuerpos de varios que habían sido detenidos y luego no se supo de su paradero. Dos de ellos, estudiantes de la Universidad en Mérida, fueron encontrados esta semana.
Claro, hay que defender un fin superior. Por lo tanto, está bien meter preso a Leopoldo López y al alcalde de Caracas, Antonio Ledezma, y sacarle la banca a María Corina Machado y a otro congresista opositor para luego encarcelarlo. Cualquiera con un poquito de poder y mucho de perversidad puede sacarse a los opositores de encima. En una época, los colgaban, los decapitaban, los quemaban, los fusilaban. Así era fácil ser gobierno. La dificultad de una democracia, y su gran virtud, es que la oposición molesta, la prensa denuncia y la Justicia vigila.
Sin embargo, si quien gobernara fuera Leopoldo López y Maduro el que llevara un año preso, otro sería el cantar. Y casi literalmente, pues se harían canciones revolucionarias sobre la gesta de Chávez y Maduro y libros enteros para ensalzar la lucha heroica de estas pobres víctimas. Se reescribiría la historia a su gusto y gana, como tantas veces se hizo en el siglo XX. Lo que está bien para unos no lo está para otros. He ahí la flagrante hipocresía, la mayúscula indecencia final.
Si a los dirigentes frentistas no les gusta que haya oposición, que lo digan; pero al menos reconozcan que no es la democracia, no es la libertad, no es el derecho a la disidencia lo que están defendiendo. Que tengan la entereza moral de llamar las cosas por su nombre.
Días pasados, el legislador y dirigente comunista Eduardo Lorier, preocupado por las conspiraciones golpistas de la oposición venezolana, sostuvo que nadie dudaba de que esta estaba en contacto con Estados Unidos. Si se aplicara un clásico silogismo, también se podría decir que nadie duda de que el gobierno uruguayo del Frente Amplio está en contacto con Estados Unidos, ergo, el gobierno forma parte de las conspiraciones golpistas que pretenden derrocar a Maduro. Si es por decir macanas, cualquiera puede hacerlo.
Es que los argumentos que usan, allá en Venezuela y acá sus sumisos amigos, son un insulto a la inteligencia del común de la gente. Por eso hay tanto enojo y por eso se hace necesario desenmascarar tanta tontería.
Pedirle al Frente que si piensa defender posturas indefendibles al menos que lo haga con argumentos genuinos, por espantosos que sean, es perder el tiempo. No lo hará. Y mientras tanto, el cerco se cierra sobre la gente en Venezuela, la asfixia se extiende, crece el número de muertos y la impotencia de una población agredida se multiplica al saber que están solos en el continente porque nadie se atreve a levantar la voz en su defensa. Campea la cobardía.
En los años 70, los uruguayos que pasaban duros momentos al consolidarse una dictadura también cruel y asfixiante, sabían que desde Venezuela eran muchos los gestos claros y los mensajes firmes de solidaridad que se emitían. Hoy no hay reciprocidad. Y eso es doloroso.
Por Tomás Linn
AÑO 2015 Nº 1805 – MONTEVIDEO, 26 DE FEBRERO AL 4 DE MARZO, SEMANARIO BÚSQUEDA.
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