La cuestión de las Islas Malvinas o Falkland Islands/En diálogo con Dudley Ankerson (una perspectiva británica)

Clara Riveros, CPLATAM / Dudley Ankerson, exdiplomático británico

Por Clara Riveros

Hace unos meses la revista norteamericana The New Yorker publicó un extenso reportaje —«How Prosperity Transformed the Falklands»— que reconstruye aspectos históricos y sociológicos de las Islas Malvinas o Falkland Islands entre los siglos XVII y XXI.

Puede decirse que la publicación presenta de forma clara la percepción y la posición de los isleños. Llama la atención en el reportaje la ausencia de un pasado o de una historia común, así como de elementos o de perspectivas para un futuro común y compartido entre los isleños y la Argentina. A partir del texto publicado pueden hacerse algunas inferencias en torno a diferentes eventos que configuran los errores y los desaciertos tanto del Reino Unido como de la Argentina a la hora de afianzar sus reclamaciones y el devenir de ese territorio cuya soberanía se disputan los dos Estados. Por ejemplo, en el año 1981, el Reino Unido planteó la entrega de ese territorio a la Argentina en un acuerdo de «arrendamiento» a largo plazo similar al de Hong Kong. Otra cuestión tuvo que ver con el hecho de que la Cámara de los Lores rechazó la ciudadanía británica de los isleños más o menos al mismo tiempo. Estas acciones hicieron sentir a los isleños que se los consideraba un problema. Adicionalmente, se reseña que el Ministerio de Asuntos Exteriores del Reino Unido hacía que los bienes y servicios viajaran a las islas desde la Argentina y no desde Gran Bretaña, este hecho podría haber alimentado la pretensión argentina sobre el territorio, según se infiere del extenso reportaje de The New Yorker.

De otra parte, la Argentina no privilegió ni la racionalidad ni la vía pacífica para alcanzar un arreglo. En el contexto político del país —una dictadura militar impopular que busca desesperadamente la cohesión nacional— agitar el tema de la soberanía le podía rendir algunos réditos y ganancias en el corto plazo. El gobierno militar se decantó por esa vía —instrumentalizó la cuestión Malvinas— y llevó al país a una guerra que nunca debió suceder. La invasión militar argentina fue un gran desacierto. De la publicación se extrae que los militares argentinos llegaron a «liberar» a quienes no pedían ser liberados y, al contrario, los isleños les demostraron que se sentían muy británicos. La realidad: los isleños estaban con el Reino Unido y apoyaron a los militares británicos no a los argentinos.

La posguerra cambió la realidad de la disputa y del territorio. Nótese que en el periodo de posguerra el Reino Unido promovió la modernización y la prosperidad del territorio, también los derechos de los isleños como ciudadanos británicos. Resulta llamativo, sociológicamente hablando, que haya isleños que añoran el pasado y que resienten en algo el cosmopolitismo y la prosperidad actual del territorio. ¿Por qué? Por el efecto disgregador de la modernidad. Los lazos solidarios que tenían como comunidad en el pasado se originaron motivados por la pobreza, las penalidades y las necesidades que tenían como comunidad. Ahora hay prosperidad, desarrollo, turismo, modernización y extranjeros. Véase el censo de 2016: solo el 43% de la población que habita Falklands es oriunda del territorio. El resto, aproximadamente la mitad, son británicos y ciudadanos de otros sesenta países (que pueden ser apenas dos personas de cada país considerando que es muy poca la gente que habita en estas islas). El reportaje precisa que todos los isleños —excepto tres— quieren mantener el estatus de Territorio Autónomo Británico. Recuérdese que este territorio es uno de los 17 Territorios No Autónomos inscritos en el «Comité Especial de Descolonización» o «C-24» de las Naciones Unidas y tiene al Reino Unido como potencia administradora.

Clara Riveros, CPLATAM / Dudley Ankerson, exdiplomático británico

El aspecto económico en las islas o territorio objeto de controversia tampoco es un elemento menor —por ejemplo, el ingreso per cápita de los isleños se hizo comparable al de Noruega y Qatar—. Lo anterior, sugiere un hecho contundente que juega en contra de las aspiraciones de la Argentina.

Viendo la caótica realidad política y económica de una Argentina populista que vive sumida en diferentes crisis desde hace décadas, surgen algunas inquietudes: ¿Qué hace pensar en Buenos Aires que los isleños hoy desearían ser parte de la Argentina? ¿Desearían los isleños pasar de una situación de prosperidad a ser ciudadanos de un país quebrado, con una economía arruinada y con cifras poco halagadoras? (Para no ahondar, de momento, en cuestiones políticas e institucionales que comprometen la calidad democrática del sistema argentino). Esa no parece una aproximación realista. Argentina mantiene un índice de pobreza e inflación alrededor de 50%. El ingreso per cápita en Argentina (unos 20.567,3 USD) es comparable al de Bulgaria, Libia, Irán, Bielorrusia o México y se sitúa por debajo del ingreso de Chile y de Uruguay.

En Argentina, es cierto, se agita la cuestión Malvinas. En enero, el flamante presidente Alberto Fernández señaló, en alusión al territorio disputado: «Nunca vamos a renunciar». En marzo afirmó que la Argentina tiene una herida sangrante: «La usurpación de Malvinas». En septiembre, durante su primera intervención ante Naciones Unidas como presidente, el mandatario repudió la que, según él, es una estrategia amenazante del Reino Unido en las Islas Malvinas. Alberto Fernández asumió «la causa de Malvinas» emulando la posición que mantuvo la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner y, como indican medios argentinos, fue durante las gestiones Kirchner que se vivieron los momentos de «mayor tensión entre los isleños y la Argentina». Es evidente que este no es un tema superado por los argentinos y que el gobierno agita el nacionalismo a través de un discurso populista. Desde Buenos Aires persisten en la que sería una omisión deliberada al no considerar de forma suficiente los deseos y las aspiraciones de los isleños, es decir, la voluntad de la población oriunda del territorio disputado.

Dudley Ankerson, exdiplomático británico

Hay algunos intelectuales argentinos que plantean que debe llevarse la cuestión Malvinas/Falklands a La Haya: ¿Es esa una buena idea? Son diferentes casos los que ilustran los riesgos de ir a La Haya. La negociación bilateral con la opinión de los isleños parece ser la vía más razonable para resolver la controversia territorial. Vicente Palermo, un intelectual porteño, propone cambiar el enfoque y el lenguaje de la Argentina —a la hora de hablar del contencioso de Malvinas/Falklands— y sugiere empezar a hablar de la «cuestión Malvinas» y ya no de la «causa Malvinas». El cambio del lenguaje y la evolución del debate —desde luego, empezando por el gobierno argentino—, serían un acierto. Ello permitiría una aproximación más técnica, menos orientada al activismo, menos apasionada, más razonable y profesional en un sentido diplomático.

De todos estos temas hablé con el exdiplomático británico Dudley Ankerson. Ankerson fue miembro del Servicio Diplomático del Reino Unido desde 1976 a 2006, es un gran conocedor de Iberoamérica y, actualmente, se dedica a la consultoría en asesoría de riesgos políticos para empresas británicas. Ha sido asesor de gobiernos latinoamericanos en temas de seguridad y de paz. Fue condecorado en Colombia (que le otorgó la ciudadanía colombiana) y, también, en México, donde recibió la Orden Mexicana del Águila Azteca por su contribución a las relaciones anglo-mexicanas.

Clara Riveros: Doctor Ankerson, ¿Cuáles son los argumentos jurídicos y los elementos históricos a partir de los cuáles el Reino Unido administra y reivindica el territorio de Malvinas/Falklands, uno de los 17 territorios registrados como no autónomos en las Naciones Unidas?
Clara Riveros, CPLATAM / Dudley Ankerson, exdiplomático británico

Dudley Ankerson: En primer lugar, quiero agradecerle por su invitación tan amable para participar en esta conversación sobre un tema tan importante. En segundo lugar, antes de contestar las preguntas que ha puesto en la mesa, quiero subrayar el hecho de que todo lo que digo es totalmente una opinión personal. Es simplemente mi propio punto de vista. Con relación a esta pregunta los argumentos históricos y jurídicos en cuanto a las Islas Falklands son poco claros y están en disputa. Históricamente el tema tiene su origen en el siglo XVI y tal vez en el Tratado de Tordesillas, y abraza a los españoles, franceses, británicos, holandeses y después de su independencia de España, a los argentinos. También incluye a los norteamericanos en vista de que la fragata norteamericana tomó las islas en diciembre del 1831.

Hay diferencias de interpretación sobre el significado de las acciones de varios actores en los siglos XVIII y al principio del XIX. Entre 1763 y 1833 hubo lo que los expertos en la ley internacional llaman «actividad de Estados en competencia», la cual se presta a diferentes interpretaciones y la que por supuesto los gobiernos del Reino Unido y de la Argentina interpretan de una manera distinta. La situación en cuanto a la ley internacional está también en disputa, aunque desde mi punto de vista puramente personal y sin ser experto creo que los argumentos argentinos son más convincentes, aunque no concluyentes. El estudio académico más exhaustivo desde una perspectiva jurídica es del Profesor Julius Goebel de Harvard de 1927, pero esta obra no representa la última palabra entre los especialistas en el ramo. Me refiero aquí a las Islas Falklands. La situación en cuanto a las dependencias — Georgia del Sur y las Islas Sandwich del Sur—, es diferente, tanto históricamente como jurídicamente.

Desde la perspectiva británica la posición oficial, según la declaración del entonces Canciller, se basa en «los hechos, la ley de prescripción y el principio de autodeterminación». Como ya he dicho, hay distintas interpretaciones de los hechos y muchos expertos académicos dudan de que el principio de prescripción, o sea ocupación pacífica continua, sea una doctrina aceptable bajo la ley internacional. Pero el fondo del argumento británico es el concepto de la autodeterminación, o sea, el hecho de que los isleños no quieren de ninguna manera que se transfiera la soberanía a Argentina sobre las islas que ellos habitan. No hay duda sobre este sentimiento. En 2013, el 99.8% de los isleños votaron en contra de un cambio en su estatus. Las negociaciones entre los dos países, antes de la invasión argentina en 1982, buscó sin éxito un compromiso aceptable para ambas partes.

Dudley Ankerson, exdiplomático británico

Clara Riveros: Se entiende que la solución para los diferentes contenciosos territoriales hoy debe incluir los deseos de las poblaciones que habitan el territorio. ¿Cuál es la posición británica al respecto y cuál es la actualidad y la realidad política, económica y social del territorio objeto de controversia y de su población?

Dudley Ankerson: Cuando el gobierno británico formulaba su política hacia las Islas Falklands, antes de la invasión argentina de 1982, tomaba en cuenta tres factores, sobre todo: los intereses de los isleños; los intereses estratégicos del Reino Unido en el Atlántico Sur y la relación anglo-argentina. Los entonces gobiernos británicos consideraban el concepto de «rearrendamiento», un mecanismo aceptable para cumplir con estos requisitos. Bajo este arreglo la soberanía sobre las islas se habría transferido a Argentina pero el gobierno británico las habría subarrendado por un periodo de entre 50 y 100 años y habría administrado las islas como antes. Habiendo conversado al respecto con los negociadores argentinos el gobierno británico puso la propuesta en el parlamento. Al hacerlo consideraba los intereses de los isleños de suma importancia, aunque solo tomaba en consideración sus deseos.

La idea del rearrendamiento no fue bien recibida por el parlamento británico, en parte porque hubo una desconfianza por la inestabilidad política en Argentina entre 1945 y 1980 y, en parte, porque el gobierno de Argentina en ese momento era una junta militar con una historia terrible en cuanto a los derechos humanos. Sin embargo, es probable que el gobierno británico hubiera persistido con la idea y con la esperanza de persuadir a la opinión pública y política en el Reino Unido y sobre todo en las islas que esta sería la mejor solución. La invasión argentina de 1982 puso fin a esta posibilidad.

De hecho, la invasión argentina y su ocupación de las islas por la fuerza cambió todo. El recurrir a la fuerza para resolver un conflicto diplomático representó un principio muy peligroso, no solo en cuanto a este conflicto sino en otros contextos regionales y mundiales. El gobierno de la Sra. Margaret Thatcher, ex primera ministra del Reino Unido, no tuvo opción sino responder militarmente, aunque en la diplomacia intensa antes de la llegada de la expedición militar británica ofreció a la junta militar argentina negociaciones las cuales habrían terminado en una eventual transferencia de soberanía, pero la junta las rechazó.

La invasión argentina dejó a los isleños muy marcados y los confirmó en su deseo firme de quedarse independientes de Argentina. También cambió la política de la disputa. Después de 1982 ningún gobierno británico podía verse contemplando la transferencia de la soberanía en cualquier forma por el futuro previsible. Y en el futuro se consideraba la voluntad de los isleños y no solo sus intereses de importancia decisiva.

Después de la invasión argentina, el énfasis del gobierno británico cambió hacia una política de «disuasión»: O sea, garantizar que Argentina no buscaría, de nuevo, una solución militar al problema; y de fortalecer la economía de las islas para aumentar sus ingresos y ofrecer mayor auto-suficiencia. La clave de esta última política fue la explotación de los recursos marítimos alrededor de las islas, sobre todo el pescado y el turismo. Actualmente la pesca representa entre 50% y 60% del producto grueso de las islas y la agricultura y el turismo representan lo demás. En realidad, desde 1982, la economía y la administración de las islas se han transformado de una economía pastoral y una administración básica a una economía y administración más avanzadas. Y entre 1982 y 2020 la población ha crecido desde 1.900 a 3.400 habitantes, incluyendo un elemento de mano de obra migrante.

La exploración en el mar territorial de las islas ha confirmado la presencia de petróleo, pero hasta ahora la explotación de estos depósitos no se ha considerado comercialmente viable.

En términos políticos la cuestión de las Islas Falklands se ha desvanecido. La guerra tuvo lugar hace casi cuarenta años. Sin embargo, si el tema surgiera en público, otra vez, la opinión pública en Reino Unido apoyaría a los isleños, los cuales siguen totalmente opuestos a cualquier transferencia de la soberanía.

Clara Riveros: ¿Usted estima que la cuestión Malvinas/Falklands debe resolverse en La Haya? O, ¿Cuál sería la apuesta británica para zanjar este diferendo con la Argentina?

Dudley Ankerson: Ni Argentina ni el Reino Unido han aceptado llevar la disputa a la Corte Internacional de la Haya. Hacer esto implicaría que hay un caso para considerar, mientras que los dos insisten en la rectitud de sus posiciones respectivas, bien sea bajo la ley internacional, bien sea bajo el principio de la autodeterminación. Pero tampoco pueden correr el riesgo políticamente. Los países que recurren a La Haya quieren y esperan ganar, pero también creen que pueden aceptar las consecuencias políticas si pierden. Ni Argentina ni el Reino Unido están dispuestos a correr ese riesgo. El Reino Unido estaba dispuesto a llevar el caso de las dependencias a La Haya antes de 1982, pero no las Islas Falklands. Argentina no aceptó hacerlo en ninguno de los dos casos.

La disputa sobre las Islas Falklands no se presta a una solución satisfactoria ni para Argentina ni para el Reino Unido en los términos en los cuales se ha considerado hasta ahora, o sea un reclamo bajo la ley internacional o en apelar a la autodeterminación. Solo se puede manejar con la menor fricción posible, la cual depende de la voluntad de las tres partes: Argentina, el Reino Unido y los isleños para evitar la provocación o los incidentes de conflicto. Sin embargo, hay un camino para adelante, el cual siempre ha existido, con la posibilidad de un cambio de actitud de parte de los isleños.

Permítame imaginar que soy el canciller argentino, reflexionando sobre este problema, a solas, en mi casa:

«El problema fundamentalmente es que nuestra narrativa no tiene resonancia en la comunidad internacional porque no se basa en la injusticia: este no es Palestina, no hay una población desplazada reclamando la restitución de su lugar de nacimiento. Podemos utilizar la historia de las Malvinas en el siglo XIX pero todo el mundo sabe que nuestra reclamación es por territorio y no por personas. Empeoramos la situación en no reconocer la existencia de los isleños y menos hablar con ellos. Para un público internacional del siglo XXI esta actitud es desconcertante: parecemos anticuados, prepotentes y sí, un poco colonizadores en nuestra postura. La característica de un colonizador es que da más valor al territorio que a las personas. Y en el mundo moderno la proximidad no es en sí una justificación para la unificación; si fuera así los mapas de América Latina y de Europa serían muy diferentes.
¿Cómo podemos mejorar nuestra posibilidad de alcanzar nuestro objetivo? Primero, en aceptar que esta disputa es sobre gente, no territorio –lo cual ha sido la clave para todos los procesos de paz exitosos durante los últimos cincuenta años–. Tenemos que aceptar que no podemos forzar a la gente con amenazas a formar parte de nuestro país, sobre todo cuando están cada vez más autosuficientes. Solo podemos persuadir.
Y la persuasión tomará tiempo y esfuerzo, tal vez durante varias generaciones. En los años 70 los isleños se enlazaban cada vez más con Argentina: mandaban a sus hijos a estudiar en colegios en Buenos Aires y venían aquí por atención médica, compras, eventos culturales y mucho más. Ahora se han cortado estos lazos, no solo por la invasión sino por nuestra actitud de agresión. Tenemos que aceptar que cada vez que tratamos de forzar el asunto la solución se pone más distante.
Creo que las Islas Malvinas pueden formar parte de Argentina de nuevo pero solo si los isleños un día deciden que tienen más en común con nosotros, que su futuro será más próspero y mejor protegido con nosotros y que vamos a garantizar y respetar sus derechos, su historia particular y única.
Por eso necesitamos una paciencia estratégica. Tenemos que empezar a demostrar que estamos interesados en las personas y que nos comportamos como un Estado del siglo XXI en lugar de estar peleando batallas del siglo XIX. Debemos de estacionar el tema de la soberanía que ha resultado tan tóxico —sin abandonarlo— y concentrarnos en reconstruir la confianza entre los pueblos».

Por mi parte y hablando personalmente creo que este es el mejor camino.

Clara Riveros
CPLATAM -Análisis Político en América Latina- ©
Diciembre, 2020
Vea aquí la emisión de De ida y vuelta dedicada a los Territorios No Autónomos con participación del exdiplomático británico Dudley Ankerson y del diplomático argentino Fernando Petrella.

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