La agencia Andes tiene una redacción. En esa redacción trabajan periodistas, editores, fotógrafos, diseñadores… Los periodistas y fotógrafos hacen coberturas, entrevistas, investigaciones; elaboran contenidos informativos, noticias, crónicas, reportajes; los editores los planifican, los revisan, los corrigen; los diseñadores los acomodan en formatos y los presentan en una página de Internet. Esa página de Internet organiza los contenidos en secciones: Política, Economía, Deportes, Sociedad, Cultura… Pregunta: ¿qué cosa es la agencia Andes? Quien responda que es un medio de comunicación no habrá entendido nada. En este país los medios de comunicación son manipuladores y corruptos; los medios de comunicación son malos, muy malos; los medios de comunicación son el enemigo. Y la agencia Andes no puede ser nada de eso porque es un invento correísta. No: la agencia Andes (y tiene abogados dispuestos a demostrarlo; y hay administradores de justicia dispuestos a reconocerlo) no es un medio de comunicación. Qué va. Ni remotamente. La agencia Andes es una “unidad de negocios”. Tal cual. Como el Supermaxi. Como la tienda de la esquina. Como Las papas de la María. Como el puesto de comida de doña Teresita en el mercado de San Roque. ¿A quién se le ocurriría denunciar a doña Teresita ante la Supercom porque se intoxicó con el encebollado? ¿A quién se le ocurriría aplicarle la Ley de Comunicación a la María? Pues lo mismo ocurre con la agencia Andes.
Uno que no entendió nada es el asambleísta de oposición Andrés Páez. Él cree que puede denunciar a la agencia Andes ante la Supercom. Está vanamente convencido de que la Ley de Comunicación se le aplica en todos sus artículos. ¿En qué país cree que vive?
Desde enero de 2012 Páez ha venido presentando documentadas denuncias sobre una serie de irregularidades en el proceso de selección de jueces de la Corte Nacional de Justicia. Según él demuestra, seis jueces nacionales fueron nombrados mañosamente luego de habérseles adjudicado en el concurso calificaciones que no merecían. Esas denuncias fueron corroboradas por el informe de la veeduría internacional presidida por el español Baltasar Garzón en diciembre de ese año y no han sido desmentidas hasta la fecha más que con simple retórica. Es difícil imaginar un tema de mayor interés público que este. Sin embargo, Páez asegura que los medios correístas (Andes, Ecuador TV, El Telégrafo y los demás) nunca informaron al respecto, y cree que esa omisión viola el artículo 18 de la Ley de Comunicación, que prohíbe la censura previa en asuntos de interés público. En consecuencia, los demandó ante la Supercom. En aplicación de ese mismo artículo, el año pasado se procesó a los diarios Hoy, El Comercio, El Universo y La Hora por no publicar información “suficiente” sobre la visita del Presidente Rafael Correa a Chile, un asunto de mucha menor trascendencia pública que la corrupción en la principal corte del país.
Por supuesto que Andrés Páez, como cualquier ecuatoriano que acuda a un órgano de justicia con el fin de presentar una denuncia que afecte a los intereses del correísmo, sabía desde el principio que su caso no iría muy lejos. Hemos llegado al punto en el cual el único motivo que tenemos para insistir ante la justicia es la cochina curiosidad: ¿qué se inventarán ahora? ¿Qué tan lejos son capaces de llegar? Ya sabemos que los administradores de justicia actúan con libreto. Lo que no sospechábamos, y Páez tampoco, es que ese libreto lo hubiera escrito Franz Kafka. Tanto así han depurado su estilo, su creatividad y sus recursos poéticos. Son unos genios.
Gregorio Samsa, el personaje de La metamorfosis, tiene conciencia y entendimiento, goza de cierta posición social y ejerce un trabajo honesto: es viajante de comercio. Pero no es un hombre, es un insecto. Lo es desde aquella mañana en que se despertó, después de un sueño intranquilo, y halló que tenía un caparazón, antenas y seis patas. A la agencia Andes le pasó lo mismo. Tiene, como se dijo, una redacción, una página Web, periodistas que escriben noticias, editores que las corrigen, fotógrafos que las ilustran. Pero no es un medio de comunicación. Kafka habría escrito: “Al despertar una mañana, tras un sueño intranquilo, la agencia Andes encontróse en su cama convertida en una unidad de negocios”. Sobrecogedor.
Ahora resulta que los apóstoles de la pureza informativa, aquellos que llevan ocho años escandalizándose ante el hecho de que los medios de comunicación sean empresas con fines de lucro, precisamente ellos, eligen calificarse como “unidades de negocios” con el fin de eludir sus responsabilidades legales. Desde luego se trata de una licencia poética. Que nadie crea que es cinismo: es literatura. Y una muy buena.
En cuanto a la defensa de diario El Telégrafo, no conforme con superar a Kafka decidió invertirlo. Hay que tener oficio para llegar a tanto. En El proceso de Kafka hay un acusado, que es inocente, a quien se juzga con pruebas deleznables por un delito indefinible; sin embargo, está claro que nunca obtendrá justicia. En el caso de El Telégrafo, en cambio, es al acusador a quien la justicia le resulta inalcanzable porque se estrella contra las pruebas deleznables de un acusado que, sin embargo, es culpable. Al protagonista de El Proceso le dijeron: “lo que dices es cierto, pero así suelen hablar los culpables”. A diario El Telégrafo bien pudo decirle su juzgador: “lo que dices es mentira, pero así suelen hablar los inocentes”. En su defensa, el periódico adujo que la acusación de Andrés Páez era falsa, pues el diario sí se ocupó de sus denuncias sobre el proceso de integración de la nueva Corte Nacional y publicó varios artículos al respecto. Para probarlo, presentó una carpeta de publicaciones en la que, según la información oficial de la Supercom, constaban las siguientes pruebas:
- El 6 de septiembre de 2011 el diario publicó una noticia titulada “La renovación de la Corte Nacional de Justicia entra a una segunda fase”, donde nada dice sobre las denuncias de Andrés Páez ni podría hacerlo, pues todavía no habían sido presentadas.
- El 7 de noviembre de 2011 (tampoco Andrés Páez había denunciado nada todavía), El Telégrafo no publicó nada sobre el tema pero la edición del día debió quedarle bonita, quizá por eso la añadieron a la carpeta.
- El 7 de diciembre de 2011 (seguía Páez sin denunciar nada en absoluto) apareció una nota a dos columnas titulada “Aspirantes a la CNJ rinden pruebas prácticas desde hoy”, que nada tiene que ver con el asunto.
- El 11 de diciembre de 2011, cuando Andrés Páez se preparaba para pasar una Navidad en familia, se publica una noticia titulada “La fase de impugnación deja fuera a 25 aspirantes a jueces”, que ni siquiera lo menciona.
- El 22 de enero de 2012, luego de que –por fin– las denuncias de Andrés Páez fueran presentadas ante la opinión pública en conferencia de prensa, El Telégrafo vuelve sobre el tema de la renovación judicial con la nota titulada “Nuevos jueces de CNJ afirman que su trabajo será autónomo”, cuyo objetivo evidente es desmentir “las críticas y cuestionamientos a la nueva Corte” presentadas por… ¿Cynthia Viteri? Sí: la nota, de 87 líneas, dedica 80 para que los nuevos jueces expliquen lo buenos, eficientes, independientes y pulcros que son; y 7 para que Cynthia Viteri, “en contradicción con estos pronunciamientos”, exprese su preocupación por la vinculación de parentesco entre los jueces y algunos funcionarios del gobierno. ¿Y las denuncias de Andrés Páez? Bien, gracias.
- El 26 de diciembre de 2012, casi un año después de presentadas las denuncias, finalmente aparece Andrés Páez en la nota que lleva por título “Consejo de la Judicatura y Consejo de Participación Ciudadana analizan informe de Veeduría a la Reforma Judicial”. En el sumario, efectivamente, se recoge que “Se ha generado polémica por la selección se seis jueces nacionales”. Pero en lugar de explicar en qué consiste la polémica y citar las pruebas sobre las que se basan los cuestionamientos a esos jueces, es decir, en lugar de informar sobre las denuncias de Páez y el contenido del informe de la veeduría, El Telégrafo sugiere que todo es un pretexto en el que “se amparan políticos opositores para intentar deslegitimar y echar abajo un proceso de casi un año que abarca seis ejes estratégicos”. La mayor parte de la nota se ocupa de dichos ejes estratégicos con el lenguaje administrativo y burocrático que Rafael Correa cree propio del buen periodismo.
- El 3 de enero de 2013, bajo el título “Resolución del Consejo de Participación no es vinculante”, El Telégrafo anuncia la reunión, prevista para ese día, en la que dicho organismo se pronunciará sobre el informe de la veeduría internacional. Andrés Páez y sus denuncias no asoman por ningún lado.
- Al día siguiente el diario informa de que “El Consejo de Participación crea una nueva veeduría por informe de Baltasar Garzón”. Tampoco se dice nada de las denuncias de Andrés Páez pero se deja claro que “no se debe permitir hacer un vaciamiento del informe escogiendo sólo 4 o 5 páginas a conveniencia de ciertos sectores políticos y mediáticos”.
En la manera de hacer periodismo de El Telégrafo, como lo demuestran los editoriales de su director, se supone que basta con hablar de “ciertos sectores políticos y mediáticos” para que los aludidos se den por enterados y los lectores, con quienes se establecen siempre guiños de complicidad inconfesable, imaginen de qué va la cosa. No hace falta mencionar a nadie. Y como las autoridades de la Supercom que deciden sobre estos asuntos comparten idénticos guiños y participan de esas mismas complicidades, entendieron clarito. En resumen: las pruebas de descargo presentadas por diario El Telégrafo no se relacionan para nada con la materia del proceso, son absolutamente deleznables, pero demuestran plenamente, según la Supercom, la inocencia del acusado. ¿No es genial? Kafka al revés. Y también aquí, lo mismo que en El proceso, “resulta imposible extirpar de raíz todas las dudas sobre si es correcta aquella manera de actuar, pero predomina la convicción de que es necesaria”. Punto.
Una vez que descubrió que se había convertido en un insecto, lo primero que Gregorio Samsa se preguntó es si podría seguir durmiendo. Y no, no pudo. Su caparazón le impedía ponerse de costado y las patas se le enredaban y amenazaban con rasgar las sábanas. Así estamos los ecuatorianos, trabados con nosotros mismos en un cuarto que de pronto se nos hizo demasiado chico. Las pesadillas kafkianas –paradójicamente– nos mantienen despiertos. Del asombro, de la consternación o de la risa, lo que fuera pero despiertos. Mejor así. Si Kafka viviera aquí y ahora (y esto sí que es kafkiano) cedería su pluma a las autoridades, que lo hacen mejor que él, y se pasaría la noche en vela, mirando al techo.
Roberto Aguilar, Ecuador.
Estado de propaganda, abril 25, 2015
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