La premisa básica para que funcionen los diálogos en La Habana es que se trata de la negociación entre dos partes. Así lo han hecho saber muchos activistas de izquierda al señalar que como la guerrilla no pudo escalar el conflicto luego de la ofensiva de los 90, ni el Estado pudo derrotarla durante Uribe, la salida natural es un proceso de paz entre dos bandos en condiciones de igualdad.
En la práctica no existen tales condiciones de igualdad. Es más bien parte del teatro necesario para que fluyan los diálogos. De ser cierta la igualdad, el proceso sería algo parecido a la repartición del Frente Nacional y no habría necesidad de inventar maromas para resolver el tema de la justicia transicional con las Farc.
No es una negociación entre iguales porque ni las condiciones militares ni las condiciones políticas de los bandos son medianamente equivalentes. Cuando se afirma que las Farc no pudieron ser derrotadas lo que realmente se dice es que no pudieron ser exterminadas. Desde el punto de vista de sus objetivos estratégicos, es decir la toma del poder nacional, cada uno de sus planes de escalamiento del conflicto fue neutralizado o revertido.
Al iniciarse las negociaciones, el principal objetivo de las Farc no era hacer la guerra, sino sobrevivir. ‘Alfonso Cano’ fue abatido justo cuando llevaba a cabo un proceso de convencimiento entre los distintos bloques para iniciar una negociación de paz. Ni él ni ‘Jojoy’ pudieron llegar vivos a un proceso que ya había comenzado a andar en la confidencialidad.
En lo político es aún más desigual la relación de fuerzas entre el Estado y las Farc. Ni la legitimidad de la guerrilla ni el tamaño de la población bajo su control alcanzan a ser significativos en el agregado nacional. Nunca va más allá del margen de error de las encuestas. Hay buenas razones. Las Farc representan un proyecto político caduco, que se extinguió como una utopía fracasada a finales del siglo pasado. Donde aún gobiernan, en la periferia remota, sus métodos son tan oprobiosos que ni siquiera tienen aceptación al margen de unos cuantos milicianos y beneficiarios de su control.
La premisa de igualdad es en el fondo una concesión generosa que el Gobierno les ha hecho a las Farc para que encuentren una salida digna a un conflicto demasiado costoso y doloroso para el Estado y la sociedad y, por supuesto, para la propia guerrilla. Ojalá lo entiendan así.
Gustavo Duncan
El Tiempo, (Bogotá). Agosto 26, 2015
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