El diálogo nacional cayó en un hueco

¿Cómo pueden hablar de diálogo si nos escamotean la información?

Lo único que no propaga el aparato de propaganda es el estado real de la economía.

Lo único que falta en las rendiciones de cuentas del Estado correísta son, cabalmente, cuentas.

Vamos a ver: ¿a cuánto asciende la deuda del Estado? ¿30 mil millones? ¿39 mil millones? Las cifras que manejan los expertos son todas hipotéticas. ¿Y los intereses? Aun más difícil de decir. Estos son los primeros de una larga lista de datos que ignoramos.

¿Cuántos años de producción petrolera ecuatoriana están ya hipotecados por contratos de venta anticipada? ¿Cómo funcionan esos contratos? Diario El Comercio se lo preguntó a Petroecuador y sigue esperando una respuesta.

Lo que parece claro es que la venta anticipada es un mecanismo para cubrir una parte del hueco que tenemos en la economía. ¿De qué tamaño es el hueco? ¿De 7 mil millones de dólares como suponen algunos? ¿Más grande?

Pero nuestra desinformación no es sólo macroeconómica. Las cosas que no sabemos son de todo tipo. Por ejemplo: ¿cuántos jubilados hay en el país? ¿Cuántos habrá de aquí en doce años? La documentación pública del IESS no responde a estas preguntas. Si uno afina su búsqueda en el Google encontrará cifras contradictorias: los jubilados ecuatorianos suman 300 mil o 420 mil según a quien se cite. En abril, cuando el presidente suprimió los aportes del Estado a los fondos de pensiones, se desató un arduo debate sobre los efectos que acarrearía la medida para los jubilados de la próxima generación. Pero ese debate no podía conducir y no condujo a nada porque estaba construido sobre un vacío total de información. Vacío total: hay tres informes actuariales comisionados por el IESS a firmas especializadas internacionales en 2007, 2010 y 2013; los dos primeros incluso fueron auditados por el Estado; pero esos informes que nos permitirían conocer con razonable certeza cómo va a reaccionar el sistema de seguridad social ante las nuevas políticas del gobierno, esos informes, bueno, pues son imposibles de encontrar. No están, en los hechos, a disposición del público. En consecuencia, sobre la seguridad social lo ignoramos todo, la sociedad debate a ciegas.

Y no es un hecho excepcional. Hay en el país una nueva y opaca categoría de la información que el Estado correísta inventó acaso para sentirse más cómodo: el documento público que no se publica. Los hay por cientos. Recuérdese la denuncia que presentó un gerente de Petroecuador contra Fernando Villavicencio por mal uso de documentos públicos. ¿En qué consistía el mal uso? En publicarlos, precisamente.

¿Y pretenden dialogar sobre el país que queremos?

No sólo nos ocultan información. Tienen también la desfachatez de engatusarnos con datos sospechosos, como los que identificó Pablo Lucio Paredes en un reciente artículo. ¿Qué decir de la eterna explicación del presidente de la República sobre los precios reales del petróleo? Sostiene que los 50 dólares que costaba el barril de crudo a inicios de los años ochenta equivalen a más de 200 dólares actuales si se calcula (dice él, uno no alcanza a entender cómo) una “tasa de actualización” del 5 por ciento. Lo repitió, con estudiada solvencia, la semana pasada en la entrevista que le organizaron con tres periodistas extranjeros para que se luciera. “No sé si algunos conocen algo de finanzas”, se pavoneó antes de lanzar el dato. Y arrancó: “Cuidado que también es un mito eso de que hemos tenido bastante plata”.

Datos parciales, trucados, sospechosos. Autoindulgentes sociologías del gasto. Ocultación seudocientífica de los hechos: nomenclaturas novedosas para disolver las cifras en clasificaciones inverosímiles. Construcciones teóricas que sirven a los correístas para persuadirse a sí mismos (ya que nadie más les cree a estas aluras) de que el hueco de la economía no existe. O no importa, que es lo mismo. Para eludir la incómoda realidad Rafael Correa y sus tecnócratas han perfeccionado una retórica del soslayo. Simplemente, el hueco de la economía no está en discusión. Hasta resulta riesgoso mencionarlo: puede levantar suspicacias y acarrear acusaciones.

El pasado 22 de julio, en la Espol, el ex vicepresidente Alberto Dahik tomó las cifras del hueco de la economía con ambas manos y se las restregó en la cara al secretario de Planificación, Pabel Muñoz, y a su antecesor en el cargo, Fánder Falconí. Ya que ellos no le respondieron, alguien en el gobierno debería hacerlo, aunque sea por cortesía. Después de todo se trata de un amigo, ¿no? Desde que lo echaron del poder en octubre de 1995, el ex vicepresidente fue un paria de la política ecuatoriana hasta que el correísmo le lavó la cara. Correa habló bien de él, cosa que no se explica. Lo llamó “hombre honrado”, categoría que adjudica a muy pocos de los hombres honrados de este país y a bastantes de los deshonestos. El presidente no cree que Dahik sea conspirador o golpista, no lo ve preparando el golpe blando, ni siquiera lo considera –y esto es inaudito– agente de la restauración conservadora. En resumen: Dahik califica para participar en el diálogo nacional y ahí lo tuvimos.

He ahí el detalle: Dahik llega al diálogo nacional convocado por el gobierno, ocupa su silla junto a los cerebros de la planificación correísta y hace estallar un coche bomba. Básicamente, se declara en rebeldía: dice que ponerse a elucubrar teorías sobre el país que queremos es una irresponsabilidad ante la crisis macroeconómica que se avecina, que caracteriza como “un incendio de grandes proporciones”. Muestra las cifras de la caída de depósitos y habla de implosión. Expone números escalofriantes. Culpa al gasto público irracional y desmedido. Pronostica una recesión en un plazo de seis meses. Es vehemente; más aún: apocalíptico. En la mesa de diálogo se encuentra también Walter Spurrier, que corrobora el diagnóstico de Dahik, con una salvedad: no habrá recesión de aquí a seis meses: ya la hay.

El ex vicepresidente se sirve de cuadros como éste, que demuestra precisamente la falsedad de las teorías presidenciales sobre los supuestos precios reales del petróleo:

Sólo hay dos posibilidades: o Dahik se equivoca o acierta. Si lo primero, hay que rebatirlo. Si lo segundo, toca que alguien explique cómo piensa actuar el gobierno ante semejante panorama. Pabel y Fánder no hicieron ni lo uno ni lo otro. Defendieron el proyecto político del buen vivir y justificaron sus niveles de gasto. Se ofendieron. Soslayaron olímpicamente toda la información. Aseguraron –Pabel lo hizo– que se están ocupando del tema, que lo están enfrentando. Que el diagnóstico de Dahik no es nuevo para ellos: lo conocen desde que el presidente Correa lo trató en una sabatina, lo cual nos alivia enormemente. Y que “para enfrentar las crisis incluso debemos verlas como oportunidades”, optimista visión que nos reconforta. ¿No es fantástica esta oportunidad que el correísmo está construyendo para nosotros, la oportunidad de ser, por una vez, Grecia?

Pabel Muñoz utiliza cuadros como este:

Por lo demás, ciertas palabras utilizadas por el ex vicepresidente, como “quiebra” y “colapso”, así como cierto tonito “medio en la línea” del terrorismo económico, piensa Pabel, son censurables en la medida en que favorecen la “inestabilidad democrática”. Eso lo explica todo: el sospechoso aquí es Dahik.

Una vez señalado esto, ya pudieron Pabel Muñoz y Fánder Falconí volver a su rutina de actuar de cara al público como si el hueco de la economía fuese irrelevante o no existiese. Después de todo, este fue apenas uno de los más de noventa debates efectuados en el país desde hace 45 días, cuando empezaron los diálogos, y Dahik no es más que uno de sus ocho mil participantes. La cifra llena de orgullo al secretario de Planificación: él mide los resultados del diálogo nacional en términos de población atendida, como si fuera una vacuna. O un enema.

En ausencia de información, el diálogo sobre el país que queremos convocado por el gobierno es, más que un debate, una catequesis. Está diseñado para que los ecuatorianos recuperemos la fe. Fe en nuestro presidente y en nuestros tecnócratas, por insignificantes y fofos que nos parezcan. Ciega confianza en el futuro promisorio que nos ofrecen: ahí están ellos ocupándose de todo, ¿quién necesita información?

Y mientras nos piden un acto de fe echan mano de los fondos de pensiones, desconocen la deuda del Estado con el IESS, hipotecan las reservas petroleras, toman 6 mil millones de deuda pública para cubrir la falta de liquidez del sistema, se inventan nuevos impuestos que llaman de otras formas, en fin, hacen todo lo que pueden por llenar el hueco de la economía sobre el que ni siquiera hablan. Y mientras desarrollan discursos sociológicos cada vez más burdos sobre las bondades del gasto público, no cesan de derrochar en nuestras narices: la feria de Yachay, el costo excesivo de las hidroeléctricas, los mil millones de la refinería del Pacífico que Walter Spurrier da por perdidos sin que Pabel y Fánder digan esta boca es mía, toda la plata botada sin el menor escrúpulo. Esa tampoco existe. No ha sido contada. Consta acaso en oscuros documentos públicos impublicables que quizás algún día, cuando esto haya terminado, iremos conociendo poco a poco.

Correa y sus tecnócratas han demostrado ser capaces de la mayor deshonestidad intelectual en el ejercicio del poder de que tengamos memoria. ¿Cómo se atreven a proponernos diálogo?

logofundamedios

Roberto Aguilar, Ecuador.

Estado de propaganda, agosto 5, 2015

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