Las universidades uruguayas empiezan a sentir que hay competencia entre ellas. Competencia en el sano sentido de la palabra.
La señal más clara fue la reacción del rector de la Universidad de la República, Roberto Markarian, cuando expresó su molestia al ver que la institución que él dirige había sido ubicada en un similar lugar a la Universidad de Montevideo, según un organismo internacional especializado en hacer un «ranking» de calidad de universidades del mundo.
Por cierto, ambas aparecían bastante abajo en la lista, pero más arriba que muchas otras universidades de la región y que ellas mismas en anteriores mediciones.
El rector de la universidad estatal se mostró demasiado sensible ante la comparación, lo cual no lo dejó bien parado. La discreción es siempre mejor respuesta. Y ante un dato así, abocarse a lo suyo: el otro no importa, sí es necesario revisar las propias estrategias.
Tal vez hubiera correspondido ver por qué en ese listado salen parejas dos universidades tan distintas. Una con muchos más años, más grande y capaz de abarcar casi todas las áreas. La otra muy pequeña, con ofertas reducidas y un claro perfil de «universidad de nicho». Sin duda la universidad estatal fue puesta ahí por reunir características que la Universidad de Montevideo todavía no está en condiciones de reunir. Pero la otra universidad tendrá otras especificidades bien valoradas, que la estatal no tiene.
Al tener cuáles fueron los parámetros usados, el rector Markarian tendría claro cómo se visualiza desde afuera la universidad que dirige y en función de ello resolvería que cosas ajustar, mejorar y fortalecer. También puede optar por quejarse, eso hizo, pero no le ayudará a mejorar su gestión, que sí importa.
De todos modos, es bueno que las universidades vean estas mediciones y que las lleve a definir sus perfiles y pelear por su espacio. Ocurre en todo el mundo y eso lleva a mejorarlas y mantenerlas actualizadas.
Ya antes fueron difundidos otros «rankings» elaborados por diferentes organizaciones, que al tomar criterios distintos dan resultados diferentes a estos. Todas más o menos ubican a las 20 primeras, aunque no en el mismo orden, pero las variaciones en las demás son importantes, ya que los criterios tomados para la medición de unos nada tienen que ver con las de otros.
Para un país que recién empieza a valorar el esfuerzo universitario como un tarea conjunta, compleja, variada y plural (no monopólica) estos datos sirven. El surgimiento de las universidades privadas ayudó tambien a la universidad estatal a adecuarse a las demandas actuales. Sigue atada a prejucios ideológicos paralizantes, pero aún así en los últimos 15 años se ven interesantes ajustes a sus funcionamientos. Es donde la competencia, en su mejor definición, ayuda.
Sigue faltando una mayor transparencia de cómo usa sus recursos. Es muy exigente para pedir al Parlamento un presupuesto amplio, pero luego es reticente para rendir cuentas. En consecuencia, las universidades privadas empiezan a funcionar como «ente testigo».
Necesitan el dinero que recaudan de la matrícula estudiantil y de donaciones que nunca son suficientes. Pero hay un dato básico e innegable. Si se suma cada cuota mensual que paga un estudiante durante los cuatro años de estudios, se tiene una idea clara de cuál es el costo de una licenciatura por estudiante. Con esto no pretendo siquiera introducir el debate sobre si la universidad estatal debería tener algún tipo mínimo de matrícula, solo digo que es un modo sencillo de ver las cuentas.
Hay otra realidad a considerar cuando se analizan estos «rankings». A veces no es el cien por ciento de una universidad la que toma la delantera. La Universidad de Harvard, una de las mejores calificadas y más prestigiosas del mundo, en ocasiones es descartada por estudiantes, profesores o investigadores que trabajan en determinadas áreas que Harvard no prioriza. Y eso pasa con todas.
Sé de un matemático uruguayo, investigador, con un doctorado, que tenía posibilidades de optar entre varias universidades para trabajar. Una de ellas era el legendario MIT en Boston. Sin embargo eligió la de Berckley en California, porque en ella había un departamento de primer nivel en un área muy particular que era su especialización.
Esa manera de ver la realidad universitaria ayuda a entender cuán bueno ha sido el surgimiento de nuevas universidades en Uruguay. Unas tienen «ventajas comparativas» en ciertos temas respecto a otras. Y viceversa.
En otros aspectos las universidades uruguayas seguirán corriendo atrás, porque les queda un largo trecho por recorrer. Hasta hace poco, rectores, decanos y profesores tenían grados universitarios pero no posgrados. En buena parte del mundo, nadie que esté debajo de un doctorado es tomado, a no ser en carreras muy definidas donde cuenta una buena carpeta de experiencia profesional. Recién ahora las universidades locales empiezan a exigir maestrías y doctorados a los integrantes de su elenco.
Tampoco tienen una oferta amplia en posgrados, aunque es inevitable que ello cambie con el tiempo.
Esa realidad tiene efectos en las mediciones. Una universidad cuyo elenco completo tiene un doctorado, donde muchos publicaron sus investigaciones en las revistas arbitradas más prestigiosas del mundo, y donde más de uno ganó un Premio Nobel u otros reconocimientos académicos internacionales, siempre aventajará a las uruguayas.
Hay otros terrenos en que las universidades uruguayas pueden marcar su diferencia y, en ellos que hay que trabajar. No en vano en el mencionado ranking, algunas lograron adelantar algún casillero.
Este año la Universidad Católica (la primera universidad privada del país) celebra sus 30 años. Si se revisa el camino recorrido, las transformaciones han sido impresionantes. Hay una sólida acumulación de experiencia, aprendizaje y resultados.
Con perfiles diferentes, el mismo camino recorrieron las otras. La Universidad ORT tiene una presencia instalada, con fuerza innegable en algunos rubros y un perfil claro que la distingue de las otras. Y la Universidad de Montevideo apostó a ubicarse como una universidad de nicho. O para usar una expresión popular, quiso ser «chica pero rendidora». Es una modalidad muy valorada en otros países del mundo. Luego vino la Universidad de la Empresa cuyo nombre ya define sus objetivos.
Todas suman, todas aportan, todas sirven. Por eso la reacción del rector Markarian fue innecesaria. La comparación no importa aunque sí debería estimular. ¿Quiere ser la mejor universidad? Pues para eso hay que trabajar hacia adentro, exigir más, subir la calidad, apuntalar los criterios de excelencia y no detenerse. Obligará a las otras universidades a hacer lo mismo y ello a su vez, volverá a obligar a la Universidad de la República a nunca bajar la guardia.
Está bien, de eso se trata y el país agradecido.
Por Tomás Linn
AÑO 2015 Nº 1827 – MONTEVIDEO, 6 AL 12 DE AGOSTO. SEMANARIO BÚSQUEDA
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