¿Una imagen vale más que mil palabras? ¿Qué hace que un hecho sea noticiable y otro pueda ser ignorado, ocultado, deformado o alterado? ¿Por qué se consultan unas fuentes y no otras? ¿Qué mensaje se quiere enviar? ¿Cuál es el sentido del mensaje que se transmite? ¿Qué tan pública es la opinión pública?

Muchos intelectuales han reflexionado sobre los medios de comunicación desde diferentes disciplinas. Giovanni Sartori y Pierre Bourdieu, por ejemplo, han analizado los medios de comunicación, la opinión pública, el lenguaje, la televisión y la imagen, entre otros aspectos. Bourdieu y Sartori consideran diferentes elementos que inciden en la información y en la producción noticiosa. Consideran el poder de la imagen en la construcción de sentido y de realidad. La imagen no pierde vigencia. De hecho, se ha visto potenciada con la emergencia de herramientas tan poderosas como peligrosas que hoy son de acceso casi universal.
Sartori (2002) nota que los medios de comunicación no se limitan a reflejar los cambios que se producen en la sociedad y en su cultura, sino que reflejan los cambios que promueven a largo plazo. Hace notar la fuerza que tiene hablar a través de las imágenes. En ese afán de acompañar la información con la imagen, se desdibuja la noticia y se produce un proceso de acomodamiento y manipulación de la información que puede llevar a la explotación de imágenes vulgares sobre acontecimientos insignificantes y exagerados sobre historias dramáticas y, a veces, sin valor informativo. Se saturan las audiencias con información trivial y con noticias que solo existen porque los informativos así lo deciden e inventan. Es la banalización de la información.
El espectador siente que aquello que está viendo corresponde a la verdad de los hechos y que estos suceden tal y como los está viendo. No obstante, esa imagen que presenta la televisión puede mentir y falsear la verdad al igual que cualquier otro instrumento de comunicación. La televisión produce imágenes y anula conceptos. Esa percepción de veracidad respecto a una información la otorga la imagen que también puede hacer eficaz una mentira. La imagen tiene capacidad de engañar. Esa visión en la pantalla, con primeros planos fuera de contexto, tiene algo de falsedad gracias a los procesos de edición y de descontextualización a la que se someten las imágenes. Al imponer la cultura de la imagen se privilegió la excitación de los sentidos y la pasión sobre la racionalidad. El individuo ha ido perdiendo su capacidad de abstracción para distinguir entre lo verdadero y lo falso. El lenguaje conceptual y abstracto ha sido sustituido por el lenguaje perceptivo, concreto y pobre. Lo mejor de la televisión, destaca Sartori, es lo que puede ofrecer como instrumento de diversión. Lo peor ocurre cuando pretende absorber el discurso serio.
El desarrollo tecnológico (la irrupción de internet, de las redes sociales y de los teléfonos inteligentes) ha supuesto toda una revolución en términos comunicativos. En décadas anteriores, los medios de comunicación tenían un alcance limitado. Ahora la prensa, la radio y la televisión han incorporado al sistema mediático sus plataformas web, con lo cual, la información, la desinformación, la sub-información viajan a mayor velocidad y se privilegia mucho más la inmediatez. La calidad de la información se ha visto afectada. Proliferan las noticias falsas. Líderes y gobiernos autoritarios han creado, agenciado y financiado medios virtuales y plataformas digitales con el propósito de intoxicar a la ciudadanía respecto a diferentes temas. Hoy es posible prescindir, con todas sus implicaciones, de la televisión, la radio y la prensa impresa e informarse exclusivamente a partir de los canales virtuales y de las plataformas digitales que incluyen vídeos e imágenes y actualizan la información sobre la marcha de los acontecimientos. Los medios tradicionales enfrentan un reto mayúsculo: reinventarse o perecer. En su lucha por la supervivencia explotan, todavía más, el sensacionalismo, profundizan la banalización y la degradación de la información para ganar, mantener y asegurar el tráfico de unas audiencias sedientas de espectáculo. Como apunta Sartori, se muestra lo que mueve a la audiencia, lo que despierta sentimientos y emociones: asesinatos, violencia, protestas, lamentos, terremotos etc. En esa lógica, lo importante es lo que se ve, lo que se muestra, lo que no tiene visibilidad, simplemente, no existe.
Bourdieu (1997) también analiza el poder de la imagen, nota que su fuerza radica en la capacidad de producir un efecto de realidad a partir de lo que se muestra y de la confiabilidad que se le otorga. La televisión pretende ser ese instrumento que muestra la realidad, sin embargo, está creando una realidad. Se vuelca a la urgencia, a la velocidad y a la inmediatez. Abunda en ideas preconcebidas, predigeridas y prepensadas en torno a un tema. Bordieu también da cuenta del ocultamiento informativo en los hechos que no se tratan y que, en caso de ser presentados, pasan inadvertidos; asimismo, destaca las elaboraciones informativas que difieren de la realidad de los hechos. La televisión incita a la dramatización, a la búsqueda constante de lo sensacional. Las imágenes y las palabras crean significados. En la búsqueda de la primicia informativa y en la lucha por la exclusividad se uniformiza y banaliza la información y se homogenizan los contenidos periodísticos, reflexiona el sociólogo francés.
La información, por sí sola, no es conocimiento, no es saber y no lleva a comprender cosas ni situaciones. La acumulación de nociones no significa entenderlas. La información puede ser frívola, ocupándose de sucesos sin importancia que denotan interés y valor puramente espectacular. En esas circunstancias, la información está desprovista de valor y de relevancia significativa. Hay, por supuesto, información objetivamente importante, orientada a constituir opinión pública sobre los problemas públicos de interés general. Sartori desarrolla las categorías de sub-información y de desinformación. La sub-información refiere a la información de relevancia pública que es tratada de forma insuficiente, que empobrece la noticia y que reduce en exceso la información noticiosa. La desinformación es la distorsión de la información. Dar noticias falseadas que inducen al engaño. Aunque la manipulación que distorsiona la noticia no tiene, necesariamente, que ser deliberada, si refleja la deformación profesional. Desinformar no es informar poco, es informar mal distorsionando los hechos, añadiendo falsas estadísticas o interpretaciones amañadas de las mismas. Lo anterior se agrava con la entrevista casual, un factor de distorsión, que pretende que con una consulta a quien transita por la calle está haciendo oír la voz del pueblo cuando el transeúnte no representa a nada ni a nadie, sino que habla por sí mismo. La desinformación premia la excentricidad y privilegia el ataque y la agresividad. El teórico italiano nota que estas dos categorías (desinformación y sub-información) tienen zonas de superposición y traspasan la una a la otra.
Los periodistas
Sartori (2002) advierte el bajo nivel intelectual y profesional de los trabajadores de medios. Emergió un sector profesional con diplomas, pero sin consistencia intelectual, que ha ascendido en todos los campos. El extremismo intelectual es la forma en que las mentes vacías adquieren notoriedad. El espectro comunicacional no ha sido la excepción. En el marco de una cultura audiovisual, que por inculta Sartori no la considera cultura, el periodista se siente portador de una función crítica. No obstante, puede llegar a privilegiar el ataque y la agresividad, concediendo visibilidad a las posiciones extremas, extravagantes y exageradas.
Bourdieu (1997) también analiza el peligro de la incultura en los periodistas que sucumben al asombro con situaciones que no tienen nada de extraordinario y que se interesan en lo que para ellos resulta excepcional, pero permanecen indiferentes a otros hechos relevantes. Quienes presentan la información no son conscientes, en muchos casos, de la complejidad y de la gravedad de lo que dicen, no asumen la responsabilidad que tienen en la utilización del lenguaje y frente a las audiencias que los siguen. Llegan a utilizar palabras que no comprenden y crean representaciones equivocadas. La violencia simbólica que se ejerce en las relaciones sociales también está presente en las relaciones de comunicación mediática. Los medios se convierten en árbitros que deciden o permiten el acceso a la existencia social y política. La televisión está en capacidad de producir efectos sin precedentes. Lo noticiable es aquello que suscita curiosidad, lo que no requiere un aprendizaje o competencia específica previa. La realidad es reducida a la anécdota y al cotilleo que se convierte en noticia. Incluso puede privilegiar las pasiones más elementales y movilizar por razones afectivas, emotivas, sentimentales, pasionales, agresivas y cercanas al linchamiento simbólico. Es necesario quitarle dramatismo al análisis y orientar racionalmente las acciones comunicativas.
Si la formación y nivel intelectual de los trabajadores de medios genera inquietudes, la situación se ha complejizado todavía más. Hoy los periodistas compiten con individuos que, tienen falencias incluso más graves, se erigen en activistas-periodistas con capacidad tanto de crear contenidos, a partir de sus dispositivos móviles, como de viralizarlos en una mínima fracción de tiempo, en muchos casos sin formación, criterio o conocimiento que permitan ilustrar a los internautas, audiencias y ciudadanos de una manera suficiente y veraz sobre las imágenes, vídeos y contenidos que difunden.

La opinión pública
Sartori refiere la opinión pública como el conjunto de opiniones que se encuentran en el público (los públicos, las opiniones generales del público, las opiniones endógenas del público) y donde el público es el sujeto principal. Pero una opinión, dice Sartori, se denomina pública no solo porque es del público sino también porque implica la cosa pública y los argumentos orientados hacia temas de interés general, el bien común y/o los problemas colectivos. Subraya que la opinión es doxa, no es episteme. La opinión no es saber, ni ciencia, es una opinión subjetiva que no requiere ser probada, son convicciones frágiles y variables. Cuando las opiniones son convicciones profundas y arraigadas, entonces son creencias. ¿Cómo se constituye una opinión pública autónoma que sea verdaderamente del público?
La opinión debe estar expuesta a flujos de informaciones sobre el estado de la cosa pública y cuanto más se abre y se expone una opinión pública a flujos de información exógenos, más corre el riesgo de convertirse en hetero-dirigida. Sartori cuestiona, duda y desconfía de los contenidos televisivos que se pretenden informativos, en tanto imágenes de acontecimientos y voces públicas constituidas por sondeos que deberían indicar lo que “piensa la gente”. Pero los sondeos de opinión reciben respuestas a preguntas muchas veces inducidas, respuestas que dependen del modo en que se formulen las preguntas y de quién formule las preguntas. Quien responde puede llegar a sentirse forzado a dar una respuesta improvisada sobre un tema que no conoce ni comprende. Hay opiniones débiles que no expresan opiniones intensas y que no son sentidas profundamente, que pueden ser volátiles y cambiar en poco tiempo, que pueden ser inventadas para decir algo en el momento y que incluso, pueden llegar a producir un efecto reflectante, un rebote respecto de lo que sostienen los medios de comunicación. Así como hay opiniones firmes, también hay opiniones frágiles, inconsistentes y hasta inventadas por el completo desconocimiento de los asuntos sobre los que se indaga. Por tanto, insiste Sartori, los sondeos de opinión pública, no son, a menudo, instrumentos que revelan la vox populi, sino una expresión del poder de los medios de comunicación sobre la ciudadanía y su influencia puede bloquear decisiones o llevar a la toma de decisiones equivocadas y amparadas en simples rumores, opiniones ciegas, débiles, deformadas, manipuladas y hasta desinformadas.
Bourdieu y Sartori presentan elementos de gran relevancia para reflexionar el papel de los medios y las plataformas informativas. El debate sobre la objetividad y la imparcialidad de la información suscita muchas controversias, parece una aspiración imposible porque la información está atravesada por múltiples factores que la alteran, empezando por la subjetividad del emisario, pero le siguen otros aspectos: intereses políticos, económicos, comerciales, publicitarios, de rating, etc. Si la neutralidad e imparcialidad son aspiraciones imposibles, talvez las audiencias deberían empezar a interesarse en conocer la línea editorial del medio que frecuentan y/o la posición y orientación del periodista que a menudo les informa. Estos detalles, por insignificantes que parezcan, pueden ayudar en la comprensión e incidencia del interés y motivación que se tienen para presentar, ignorar, visibilizar o invisibilizar ciertos temas.
SARTORI Giovanni. Homo Videns. La Sociedad Teledirigida. Taurus, Madrid. 2002.
BOURDIEU Pierre. Sobre la Televisión. Anagrama. Barcelona. 1997.
Clara Riveros
CPLATAM -Análisis Político en América Latina-
Julio, 2018

Sobre la televisión
Bourdieu, Pierre
Este breve libro, que tan poderoso impacto causó en Francia, reúne los textos de dos emisiones televisivas realizadas en el Collège de France. En ellas, Bourdieu presenta los logros de su investigación sobre la televisión. La primera desmonta los mecanismos de la censura invisible que se ejerce sobre la pequeña pantalla. La segunda explica cómo la televisión ha alterado profundamente el funcionamiento de universos tan diferentes como los del arte, de la filosofía o de la política, e incluso de la justicia y de la ciencia; y ello produciendo en estos campos la lógica de los índices de audiencia, es decir del sometimiento demagógico a los requisitos del plebiscito comercial. Por indicación del autor se han añadido a la edición española dos textos y un posfacio. En palabras de Bourdieu: «Para mí, el mensaje más importante de este libro era una llamada a la constitución de un movimiento en favor de un periodismo cívico y crítico» ANAGRAMA.

Homo videns. La sociedad teledirigida
Sartori Giovanni
Nos encontramos en plena revolución multimedia que se caracteriza por un común denominador: tele-ver. Esta revolución está transformando al homo sapiens, producto de la cultura escrita, en un homo videns para el cual la palabra ha sido destronada por la imagen. Y en todo ello la televisión cumple un papel determinante. La primacía de la imagen, es decir, de lo visible sobre lo inteligible, lleva a un ver sin entender que ha acabado con el pensamiento abstracto, con las ideas claras y distintas. Y ésta es la premisa fundamental a partir de la cual Giovanni Sartori examina la video-política y el poder político de la televisión. Giovanni Sartori es profesor en la Universidad de Florencia y en Columbia University (Nueva York). Autor de muchos libros de éxito, es el padre de la ciencia política italiana. Casa del libro.
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