La corrupción ya no es lo que era

Publicado en: Análisis, Ecuador, Populismos | 0

No hay caso: la palabra corrupción no admite vuelta. No todavía. Rafael Correa y su aparato de propaganda ya resignificaron todos los conceptos que pudieron. Dictadura ya no es el gobierno que prescinde de las leyes, es el imperio del amor. Alternancia ya no es el cambio periódico de gobierno, es la consumación de la lucha de clases, de modo que hay alternancia (alternabilidad se llama ahora) cuando el poder pasa de las élites al pueblo.Pueblo ya no es el conjunto de habitantes de una nación, es uno solo de ellos que los representa a todos en calidad de jefe de todos los poderes del Estado. La división del Estado en poderes ya no es un sistema de pesos y contrapesos sino un mero principio instrumental y mecánico, como ocurre con las partes de una máquina accionada por un solo operador, y por eso ya no son poderes, son funciones. La confrontación política ya no es el legítimo derecho de todos los actores a disentir y debatir, es el derecho de uno solo de ellos a perseguir al resto. La centro derecha ya no es la centro derecha, es la extrema derecha, o sea que cualquiera que se reivindique como liberal se convierte en un fascista y un admirador de Pinochet. Podríamos seguir al infinito. Este nuevo diccionario político es, de lejos, la principal obra construida por el correísmo en ocho años de gobierno y su mayor herencia. Pero como reconoce el propio presidente de la República, aún queda mucho por hacer: todavía hay palabras que se resisten a los cambios y que se empeñan en significar lo que significaron siempre. Corrupción es una de ellas, la más incómoda de todas.

Y no es que no se han empeñado. Pero tras ocho años de esfuerzos denodados apenas si se ha podido resignificar un puñado de pequeños mecanismos que forman parte del gran concepto. Mientras la obra mayor no se haya concluido, estos pequeños hallazgos semánticos permanecen en el secreto de la gran cocina. Sólo unos pocos han logrado salir a la luz pública gracias a algún documento que se filtró o alguien que habló demasiado. Se sabe, por ejemplo, que la palabra sobreprecio cayó en desuso. Ahora se dice compromisos adquiridosUn mensaje enviado desde la gerencia de Editogran (la editora del diario correísta El Telégrafo) a la Secretaría de Comunicación y publicado en la página Ubicatv, revela otro par de ejemplos de lo mismo. Brillantes. Magníficos. Así, la tan despreciable doble contabilidad con la que algunos empresarios y funcionarios disfrazan sus trafasías, hace rato que perdió la carga peyorativa de su nombre. Ahora se llama “cifras divididas en público y privado”. ¿No es lindo? Eso en el plano financiero. En el jurídico, las leguleyadas rastreras con que se justifican las mismas trafasías pasaron a llamarse “mecanismos jurídicos que permitan su ejecución sin comprometer a nuestros superiores”. Como se ve, estos esfuerzos por resignificar viejos conceptos en el campo semántico de la corrupción arrojan aún resultados más bien torpes. Pero no le hace: avanzamos, patria. Ninguna revolución es obra de un día.

El problema sigue siendo que la gran palabra, la mala palabra, la única palabra, la palabra corrupción, permanece todavía incólume en el vocabulario de todos los ecuatorianos y, para peor, de los propios corruptos, quienes tienen que lidiar con ella mal que les pese, pobrecillos. En esto la revolución lleva un retraso lamentable. Por eso los sumos sacerdotes aún se sienten obligados, en las fiestas de guardar, a ejecutar el sacrificio periódico de algún chivo para expiar los pecados colectivos. Es lo que ocurrió con la asambleísta por la provincia de Esmeraldas Esperanza Galván, achicharrada en el altar revolucionario el pasado 24 de mayo por tomar 800 mil dólares por debajo de la mesa. Qué se le va a hacer. Por culpa de este atraso de la revolución, la sospecha sigue campeando en nuestros pagos, ensombreciendo la gran obra transformadora del gobierno.

Y la sospecha es una mala cosa. Por eso, mientras la mutación semántica de la corrupción siga siendo una tarea pendiente del gobierno, sospechar es un delito. Pregúntenle a Diego Oquendo: por sospechar fue expuesto este sábado en la picota pública de la kermés presidencial: “Señor Oquendo –le dijeron en el video respectivo–, si usted conoce de algún delito o caso de corrupción y como radiodifusor no lo denuncia y calla, entonces es cómplice, y así el corrupto es usted”. Y como nadie tiene acceso a la información que permita sustentar una denuncia, pues nadie tiene derecho a sospechar siquiera.

Cuando le digan que la rehabilitación de la refinería de Esmeraldas, que debía costar 170 millones de dólares y concluirse en un plazo de dos años (para eso se declaró la emergencia que permitió ejecutar los contratos sin concurso público ni licitación), sigue sin terminarse a pesar de que han transcurrido ocho años y se han gastado 1.500 millones, piense lo que quiera pero no sospeche. ¡Cuidado! Después van a decir que el corrupto es usted.

Si le cuentan que, hasta el año 2012, Petroecuador y Petrochina celebraron diez contratos de provisión de crudo sin licitación alguna; que el país vendió ingentes cantidades de petróleo a una empresa inexistente; que ese petróleo ecuatoriano cambia de propiedad en los propios buques de Flopec y que, luego de entregado a Petrochina, es revendido por traders a las refinerías de Chevron-Texaco en la costa oeste de Estados Unidos; si le ponen por delante los documentos en los que se demuestra que esa operación le ha costado al Ecuador no menos de 1.250 millones de dólares, a razón de tres dólares por barril hasta el 2012, mientras intermediarios y lobistas se enriquecen; si le dicen que esas denuncias documentadas fueronpublicadas en un libro y jamás desmentidas por ningún funcionario del Estado… Tómeselo como quiera, piense lo que se le ocurra, haga con esa información lo que le venga en gana. Pero no sospeche. Ni se le ocurra sospechar. Podría terminar acusado de corrupción en la sabatina.

Si lee por ahí que la planta de almacenamiento de gas de Monteverde, en la península de Santa Elena, cuyo precio referencial era de 97 millones de dólares, se adjudicó sin licitación por 263 millones y terminó costando 570 millones; si compara las fechas y los cronogramas y descubre que esa obra se inauguró con tres años de retraso, justo cuando el país estaba embarcado en un cambio de matriz energética que sustituirá el gas licuado de petróleo por electricidad y que, por tanto, la vuelve innecesaria… Saque las conclusiones que desee. Pero no sospeche. Cuidado. Es peligroso. Ya lo dijo el presidente en su última sabatina: cada vez que alguien “trate de sembrar dudas sobre nuestra transparencia, sobre nuestra honestidad, que es la mejor herencia que le podemos dar a nuestros hijos, tendrá la respuesta correspondiente. Porque el corrupto será él”.

En el Ecuador, por no dudar ni sospechar, no duda ni sospecha el mismísimo fiscal de la nación. Por eso, de cuantos países tuvieron dirigentes deportivos involucrados en el gran escándalo de la FIFA, este es el único en el que no se ha iniciado ni se iniciará una investigación de oficio. Y no se iniciará porque el Fiscal Galo Chiriboga no tiene información. Así dijo. En otros países la pregunta no es si Luis Chiriboga recibió dinero sino cuánto. ¿1,5 millones? ¿7,5 millones? Está en los diarios de todo el mundo. Aquí no. ¡Cuidado! Sospechar es ser corrupto.

Lo que ocurre es que la palabra corrupción está en labores de parto. Todavía no ha nacido el nuevo significado que la vuelva potable, aceptable y hasta deseable, como ya ocurrió con la palabra dictadura. Mientras eso no ocurra, sólo los sumos sacerdotes pueden usarla, una vez al año y en fiesta de guardar. Disponemos, sin embargo, de una pista que nos permite suponer con un cierto grado de aproximación en qué consiste la difícil transformación semántica que ya se está operando: si corrupción hay en la bancada legislativa de Esmeraldas pero no en Petroecuador, está claro que la resignificación de la palabra depende de las cifras. ¿Corrupción es todo abuso de fondos públicos en un monto no mayor al millón de dólares? Quién sabe. El nuevo diccionario lo confirmará.

Roberto Aguilar, Ecuador.

Estado de propaganda, junio 1, 2015

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