¿A quién pertenece el mundo?

Santiago Abascal (Vox), en un mitin en Barcelona (Reuters)

Por Clara Riveros*

Transcurridos algunos años del nuevo siglo hay quienes insisten en levantar muros, el más reciente ha sido Santiago Abascal, líder del partido español Vox. Abascal, emulando al presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, indicó que deben construirse muros en Ceuta y Melilla y, además, que Marruecos debe pagarlos.

Pero, “¿A quién pertenece el mundo?”. “A ninguna raza en particular, a ninguna nación en particular. Pertenece […] a todos los que quieren hacerse un sitio en él. Pertenece a todos los que tratan de aprenderse las nuevas reglas del juego” (Maalouf, 2002).

Las nuevas reglas del juego, siguiendo al escritor Amin Maalouf, tienen que ver con el aprovechamiento de las potencialidades de la mundialización, canalizándolas, es verdad, hacia el reconocimiento de alteridades y al respeto de la diversidad pero sin perder de vista que la universalidad de los derechos humanos no es negociable. Mohamed VI también se expresó en esa dirección el pasado diciembre con motivo de la adopción formal del Pacto Mundial para una Migración Segura, Ordenada y Regular. El rey de Marruecos señaló que la universalidad de los derechos humanos excede “las naciones, las culturas y las civilizaciones”.

¿Por qué resulta pertinente hablar de la universalidad de los derechos humanos cuando se aborda la cuestión migratoria? Porque los inmigrantes son sujetos de derechos, pero son, además, sujetos de obligaciones en los países de acogida. Los Estados también deben gestionar políticas públicas para procurar su integración. Maalouf lo resume en tres conceptos claves: reciprocidad, equidad y eficacia. En ese sentido, el Pacto Mundial para una Migración Segura, Ordenada y Regular, apoyado por 164 países, es un acuerdo no vinculante orientado a la promoción de un enfoque común para facilitar la migración legal y gestionar mejor los crecientes flujos migratorios que superan los 250 millones de personas a nivel global, una cifra que representa algo más del 3 % de la población mundial. La iniciativa recibió los embistes de políticos populistas, conservadores y de extrema derecha que lo desmerecen por considerar que es una ofensa a la soberanía nacional, pero también fue cuestionado por movimientos de izquierda, de extrema izquierda y por activistas que lo calificaron de insuficiente frente a los desafíos que representa la cuestión migratoria con todos los aspectos que de ella se derivan. Los defensores del Pacto, por su parte, criticaron la instrumentalización populista del tema migratorio por parte de líderes que buscan réditos políticos y electorales polarizando a las sociedades y demostrando con ello su falta de perspectiva.

El papa Francisco y el rey de Marruecos, Mohamed VI, en Rabat (30-03-2019)

El fin de semana pasado, el papa Francisco, jefe de Estado del Vaticano que se encontraba de visita en Marruecos —país que según Abascal debe pagar la construcción de muros en Ceuta y Melilla—, fue enfático al señalar que el fenómeno migratorio nunca encontrará una solución en la construcción de barreras, tampoco en la difusión del miedo al otro, ni en la negación de asistencia a cuantos aspiran legítimamente a mejorar sus condiciones de vida y las de sus familias. “Sabemos también que la consolidación de una paz verdadera pasa a través de la búsqueda de justicia social, indispensable para corregir los desequilibrios económicos y los desórdenes políticos que han sido siempre los principales factores de tensión y de amenaza para toda la humanidad”, puntualizó. El papa subrayó que no se necesitan muros sino puentes:

“sentimos dolor cuando vemos a las personas que prefieren construir muros. ¿Por qué nos duele? Porque los que construyen muros terminarán siendo prisioneros de los muros que construyen. En cambio, los que construyen puentes irán adelante. Para mí construir puentes es algo que va casi más allá de lo humano, porque requiere un esfuerzo muy grande […] El puente es para la comunicación humana. Esto es muy hermoso y lo he visto aquí en Marruecos […] En cambio, los muros van contra la comunicación, son para aislar, uno se convierte en prisionero de los muros […] los constructores de muros, ya sean de alambre, con láminas cortantes o de ladrillos, se convertirán en prisioneros de los muros que construyen […] no entra en mi cabeza y en mi corazón tanta crueldad. No entra en mi cabeza y en mi corazón ver ahogarse [a la gente] en el Mediterráneo y construir un muro en los puertos. Este no es el modo de resolver el grave problema de la inmigración. Yo lo entiendo: un gobierno con este problema tiene la papa caliente entre las manos, pero debe resolverlo de otro modo, humanamente”.

Francisco se refirió a la grave crisis migratoria que está teniendo lugar actualmente e insistió en buscar medios efectivos que permitan erradicar las causas que obligan a tantas personas a dejar sus países y a sus familias para trasladarse a otro lugar con destino incierto, viéndose marginadas y rechazadas con frecuencia. El papa destacó el Pacto Mundial para una Migración Segura, Ordenada y Regular y reconoció que es un punto de referencia para toda la comunidad internacional, aunque está casi todo por hacer para pasar de los compromisos contraídos —“al menos a nivel moral”— a las acciones concretas y, en especial, a un cambio de disposición hacia los inmigrantes, tratándolos con sentido de humanidad, reconociendo sus derechos y su dignidad tanto en los hechos como en la toma de decisiones políticas.

“Vosotros sabéis cuánto me preocupa la suerte, a menudo terrible, de estas personas que en gran parte no dejarían sus países si no estuvieran obligadas a hacerlo. Espero que Marruecos, que con gran disponibilidad y exquisita hospitalidad acogió esa Conferencia, quiera continuar siendo, en la comunidad internacional, un ejemplo de humanidad para los migrantes y los refugiados, de manera que puedan ser, aquí, como en cualquier otro lugar, acogidos y protegidos con humanidad, se promueva su situación y sean integrados con dignidad. Que, cuando las condiciones lo permitan, puedan decidir regresar a casa en condiciones de seguridad, que respeten su dignidad y sus derechos”.

El papa observó que la tolerancia resulta insuficiente y que es necesario avanzar en el respeto y propender a la estima del otro: “se trata de descubrir y aceptar al otro en la peculiaridad de su fe y enriquecerse mutuamente con la diferencia, en una relación marcada por la benevolencia y la búsqueda de lo que podemos hacer juntos. Así entendida, la construcción de puentes entre los hombres, desde el punto de vista interreligioso, pide ser vivida bajo el signo de la convivencia, de la amistad y, más aún, de la fraternidad”.

Inmigración e integración: reciprocidad, equidad y eficacia

El fenómeno migratorio, por supuesto, tiene múltiples facetas y supone grandes retos. Tampoco hay que perder de vista que “Antes de ser inmigrante se es emigrante”. Quien emigra lo hace muchas veces en rechazo de situaciones y de condiciones que enfrenta en su cotidianidad, emigra porque no puede satisfacer sus necesidades económicas, emigra porque no encuentra en su país de origen los mecanismos para la realización de sus aspiraciones individuales, profesionales o familiares. No obstante, el inmigrante puede experimentar ambigüedad respecto al país de acogida, como si se fusionaran la esperanza y el recelo ante lo desconocido, teme el rechazo y la humillación, está pendiente de toda actitud que denote desprecio, ironía o compasión. Muchas veces debe aprender otra lengua para procurar su integración, adaptación y asimilación en el país de acogida, a la vez que percibe el desinterés de la sociedad receptora por aprender y conocer su cultura (Maalouf, 2002). Estas circunstancias ayudan a comprender por qué se forman los guetos o por qué hay inmigrantes que reivindican y defienden símbolos de arcaísmo y rechazan la modernidad para afirmar sus diferencias culturales.

De todas formas, el inmigrante debe tener presente que el país de acogida ni es una página en blanco, ni es una página acabada, es una página que se está escribiendo (Maalouf, 2002). Si el inmigrante acepta impregnarse de la cultura del país de acogida, es posible que tenga mayor probabilidad de impregnar su cultura en la sociedad receptora. Si el país receptor hace sentir al inmigrante que su cultura de origen es respetada, el inmigrante se abrirá más al país de acogida. La sociedad receptora no debe agotarse en tolerar al inmigrante, es preciso que valore la diversidad y reconozca la alteridad. La reciprocidad, la equidad y la eficacia son necesarias y casi que indispensables para responder efectivamente al desafío migratorio que se impone en la actualidad. El mundo pertenece a todos los que quieren hacerse un sitio en él respetando las reglas de juego que garantizan la convivencia.

*Clara Riveros, politóloga, consultora y analista política en temas relacionados con América Latina y Marruecos y directora en CPLATAM -Análisis Político en América Latina- ©

Rabat, Reino de Marruecos, abril, 2019

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